LA VERDAD SEA DICHA

1993-1995 embestida de la autoridad a los deportistas

Por Segunda parte
miércoles, 13 de noviembre de 2019 · 00:00

Guillermo Hurtado Aviña

El presidente municipal nos recibió con mucha amabilidad, y después de los saludos de rigor y el clásico rompe hielo, le tratamos el asunto que nos llevaba.

Óscar, le dije, hemos querido hablar contigo para que por nuestro conducto le digas a la comunidad deportiva, cómo está eso de que nos quieren quitar los campos deportivos que ocupamos sin ningún problema desde hace muchos años.

Miren, nos dijo, el INJUDE que como ustedes saben es el encargado del deporte en el Estado, nos ha transferido todas sus instalaciones deportivas, en virtud de que él no tiene capacidad financiera que le permita seguir haciéndose cargo de tales instalaciones.

Ripostamos, en dónde está establecido todo lo que nos estás diciendo; en qué documento se contiene esa decisión y las correspondientes especificaciones; la autoridad guardó silencio, sabía cómo estaba el asunto, pero no quería hacerlo de nuestro conocimiento. El silencio fue roto por el secretario del Ayuntamiento, Lic. Reyes Moreno, para decirme que no le hablara de tú al presidente Óscar, porque eso era una falta de respeto, el tal secretario no sabía que el presidente y servidor éramos cuates, y que siempre nos habíamos hablado así; el presidente intervino para decirle a su secretario, que no interviniera, y que no le estaba faltando al respeto, porque era cierto que nos conocíamos y éramos amigos.

Le hicimos saber que a la autoridad no le convenía hacerse cargo del deporte, porque era muy caro, y no le alcanzaría todo el presupuesto municipal para mantenerlo; nosotros, agregamos, nos hacemos cargo de regar los campos, de conseguir un riel para rasparlos previos al juego, además de regarlos, pintarlos con cal y hacerles los arreglos que se necesitarán. Pero no logramos nada, la autoridad no cedía nada, por ningún motivo renunciaría al jugoso negocio que tenía enfrente, ni desentendería la presión que ejercía el gobernador Ruffo.

Total, no logramos nada, todo era un misterio, no sabíamos cómo íbamos a parar esa embestida. Mientras tanto, seguíamos reuniéndonos con todas las ligas en la “clandestinidad”, para que la autoridad no se enterara y así estar seguros que no sufriríamos algún atentado, pues la cosa estaba muy caliente, cada día más caliente.

Una tarde nos enteramos de que se pondría en marcha el plan trazado por la autoridad; en la madrugada siguiente habrían de derrumbar la barda del Antonio Palacios que da a la calle novena, para que en esa parte quienes obtuvieran la concesión, pudieran construir locales comerciales; posteriormente tumbarían las demás bardas para que el campo quedara con la superficie propia de un estadio de béisbol.

Apenas fue de nuestro conocimiento tal plan, empezamos a organizarnos para impedir esa agresión, así la considerábamos. Un poco antes de que se llegara el momento, nos enterábamos de que la autoridad municipal había sabido por conducto de sus espías, lo que la comunidad deportiva estaba dispuesta a hacer, debido a lo cual decidió suspender esa agresión.

Era tan grade la oposición de los deportistas, que la autoridad municipal, con el conocimiento del Estado, le estaba midiendo al agua a los camotes. Para colmo en el bajo mundo habíamos conseguido el documento que contenía el decreto en el que se dejaba especificada la verdad de las cosas.
 

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