CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Vileza con sello oficial

Por “Cuando el dinero habla, la verdad calla”
viernes, 15 de noviembre de 2019 · 00:00

Proverbio Chino

Rael Salvador
Se deja leer, en Un séptimo hombre John Berger se deja leer: “Después de las pruebas médicas, vienen las que miden las habilidades necesarias para calificar para el trabajo. Muestra tus fuerza, le recomendó un amigo, contesta despacio y muestra tu fuerza. Algunos se sientan a esperar los resultados. Otros caminan de un lado a otro. La expresión en muchos rostros recuerda otra situación: la de un padre que espera, afuera, el nacimiento de su hijo. Aquí lo que espera es su propia nueva vida”.

Hay una especie de racismo “elegante”, institucional, escurridizo…

A veces suele confundirse con una aséptica actitud de menosprecio o, en contra de la eficiencia oficial, se le encuentra promocionado como una incapacidad procurada.

Incapacidad procurada, porque es necesario instalar en el ambiente el sentido de ineficiencia o valemadrismo, pues así será más coherente la señalización a quien se desea afectar.

Hay que reconocer que esta instalación, performance maquiavélico, sólo puede darse en un orden laboral viciado y adverso –la más de las veces, encubierto de buenas acciones, que tienden un cerco de protección voluntariosa, donde se batalla más en mantener la “alambrada” que corregir las estupideces que ahí se generan y, con sobrado cinismo, se promocionan–.

Entre el rendimiento real y la habilidad que se posee para sacar adelante un trabajo, se encuentra la fatua evaluación que se hace de él… Llamaré a ello “subjetividad de proceso”, un territorio muerto –en el que el impacto no se puede medir, pues la estadística complementaria es falsa, manipulada a favor de las remesas económicas o intereses particulares de… sobresalir o figurar–, tierra de nadie, sí, donde ningún “profesional” desea ser expuesto… Es tan humillante, que aquellos que lo padecen se avergüenzan y no hablan del asunto.

Dan por hecho que la realidad tiene que ser así: “maravillosa”; pero no olvidan nunca que ésta se encuentra amenazada por necios detractores, los cuales hay que eliminar o, por lo menos, paralizar. No promocionándolos, no ofreciéndoles trabajo, negándoles todos los derechos en su condición de “fantasmas institucionales”.

Racismo “superior”: vileza aplicada con sello oficial.

Así, históricamente, a decir de John Berger: “a los aptos se les separa de los ineptos. Uno de cada cinco, reprobará. Los aprobados comenzarán una nueva vida. Las máquinas examinan lo que es invisible a sus cuerpos. (…) Un hombre se pregunta si existe una máquina capaz de detectar lo que él teme que pueda ser una enfermedad en su cabeza: la enfermedad de no saber leer”.

Sí, preste ojo, que es muy común observarlo en las instituciones educativas o burocratizadas, y se encuentra, dadas las condiciones de estructura, disfrazado de jerarquía: los de abajo nunca podrán ser mejores o más capaces que los de arriba, precisamente porque el “interpuesto” –jefecillo, patroncillo, directorcillo, contadorcillo, etc.– determina un “orden moral” para decir qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, “en razón de la empresa”, “en aras de la nación”, “en beneficio del equipo”, “en nombre de Dios”. Amén. ¿Forzados a ser menos… por los menos?

Me explico: ningún peón, obrero, inmigrante, indio o profesorcillo subdesarrollado aspirará a ser más eficiente que un patrón, gerente, directivo o mamón en jefe (desde dicha óptica, una corrección, un señalamiento, una observación, es un atentado a la “categoría” que el mandamás profesa).

Por eso el “racismo institucional”, moda empresarial y escolástica, sólo incorpora a los que puede humillar, menospreciar, adoctrinar o vencer.

raelart@hotmail.com
 

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