DESDE LA PLAZA SANTO TOMÁS

Lo que sucedió mañana – año 2026 – mes de noviembre - 47

Por: Ricardo Harte*
lunes, 18 de noviembre de 2019 · 00:10

He recorrido un largo camino, el frío penetra mi ropa gastada. Esta tarde el cielo está despejado, ¡cómo me duele el corazón!
Seihaku Irako

Don Sebas había quedado un poco fatigado del “tiroteo” verbal de la última reunión de sus queridos cófrades de la Plaza Santo Tomás.
Necesitaba disfrutar del cielo azul de la ciudad, caminar sin rumbo por los senderos amables de la Plaza, sentir los colores, las fragancias de las magnolias, lavandas y rosas que enmarcan esos caminos. Su corazón había terminado un poco adolorido del jaloneo de sordos en que había derivado el diálogo sobre las posiciones ideológicas extremas.
El prudente “¡Ameeen!” de Agustín no había sido suficiente para poner las cosas en orden y ubicar los fragmentos de verdades que cada quien había aportado a la discusión.
Había quedado, flotando como las nieblas marinas, un ambiente un poco ríspido, como de tregua, pero no de concordia.
Caminaba lento, oyendo sus propias pisadas en la grava del sendero. Recordando el largo camino que ya había recorrido en su vida.
Eligió una banca protegida por la sombra de un frondoso pirul. Ubicado frente a una zona de juegos infantiles que, casualmente, estaba ahora vacía de los estridentes “usuarios” de todos los días.
Sacó su novela de Kawakami, “El cielo es azul, la tierra blanca” y continuó disfrutando de esa tierna y verdadera historia de amor.
Leyó “…En algún momento, más adelante, al sentarme a su lado empecé a notar la calidez que desprendía. Su presencia dulce y afectuosa se filtraba a través de la tela de su camisa almidonada. Era caballeroso y tierno a la vez. Nunca he sido capaz de describir la presencia que irradiaba el maestro. Cuando intentaba capturarla, se esfumaba para aparecer de nuevo en otra ocasión…”.
Don Sebas estaba buceando profundamente en el escenario de la lectura, viviendo otra situación, otros actores, otros tiempos, cuando llegaron a sus oídos los murmullos inconfundibles del diálogo de dos pequeños, entre 5 y 6 años, que se habían instalado en un rincón de la zona de  juegos, muy cerca de la banca en que leía Don Sebas, y estaban acomodando, muy prolijamente, sus “enseres” de juego: camioncitos, palitas, cordeles, canicas, maderitas y un sinfín de artilugios más, cada uno más valioso que el otro.
No pudo continuar con la lectura. El diálogo, casi susurro, muy tenue, lo había hipnotizado y mantenía el libro abierto, para disimular su atención “invasora” a la conversación de los pequeños.
-No, pon esa tabla aquí, donde va a pasar uno de los camiones.
-Sí, pero si la pongo ahí, no podrá pasar el otro camión, que llevará las estrellas (señalando a las canicas).
-Bueno, sí. ¿Y tú, antes de nacer, dónde estabas?
-No sé…¿Tu lo sabes?
-Sí. Yo estaba en mi estrella. Desde allá elegí a mis papás y vine a la tierra cuando nací.
-Ah…esta bien. ¿Y cuándo mueras, que va a pasar?
-Pues vuelvo a mi estrella, menso.
El “menso” siguió acomodando los artículos que armarían el escenario del próximo juego y agregó:
-Yo, cuando muera, ya no seré niño.
Don Sebas estaba casi paralizado. Por un lado no quería dejar de oír la charla de los pequeños, que era un verdadero tratado de filosofía básica y, por el otro, quería continuar viviendo la lectura de un espacio etéreo, irreal y verdadero.
No quería mover ni siquiera una hoja de su libro. Era como atrapar el momento en que un colibrí alimenta a sus pichones. Cualquier pestañeo, cualquier suspiro podría desarmar el momento.
Le parecía que la Vida le había regalado, una vez más, el poder recibir las caricias de aquello que no es pasajero, de aquello que no se puede sustituir: la verdad, disfrazada de risas infantiles y de novelas.
A Don Sebas ya no le dolía el corazón.
La vida era bella y la brisa del mar seguía llegando a la Plaza.

*Arquitecto uruguayo radicado en la CDMX
ricardoharte@yahoo.com.mx
 

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