CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Leila Guerriero

Por: Rael Salvador
sábado, 23 de noviembre de 2019 · 00:00

“Aprendemos a leer antes de aprender a escribir y son las mujeres las que nos enseñan a leer”. R. Piglia

Desde los bastidores del periodismo, “Zona de obras” (Anagrama) se armoniza como una pasión literaria: entusiasmo, lecturas, instrucción, sabiduría, formación, vértigo hecho voz y palabra.

El mismo viejo oficio de lobos en la redacción, persiguiendo rastros de tinta: Dostoievski, Camus, Spiegelman, Kapuscinski, Kubrick, Walsh, Wolfe, Capote, Caparrós...

Reflexiono, obras de por medio, en el arte y la dignidad y considero imposible disociar sus vértebras –columnas, conferencias y ensayos– y encontrar otra cosa que no sea el oficio en primera persona: el uno compartido en el todo.

El arte, cualquiera que sea, es cordura, vida, intimidad, exposición, realidad moldeada en su absoluto. “El valor de la lectura no depende del libro en sí mismo, sino de las emociones asociadas al acto de leer”, confiere Ricardo Piglia.

Sí, podría observar el estado del tiempo y el tipo de cambio, ya que el trabajo de Leila Guerriero se lee también dentro de un clima y una posibilidad: la defensa de la expresión, alejada del lugar común.

¿Periodismo de artista? ¿Reportaje lírico? ¿Poema verbalizado?

Su estructuración, ensenadas y raudales que evocan la justicia de un río en colocación, es la compostura clásica y el sortilegio moderno del lenguaje, que anima así los senderos de su entendimiento más allá del entretenimiento.

(«Una sociedad que soporta ser aletargada por una prensa envilecida y por un millar de bufones cínicos que se adornan con el nombre de “artistas” corre hacia la esclavitud a pesar de las protestas de las propias personas que contribuyen a su desgracia». Albert Camus.)

Guerriero posee una cierta frugalidad en calma. Mujer, nos hace entender que la vulnerabilidad se maneja como un velo, una pluma o una daga. Poeta, descascara la tormenta en definiciones y regala alimento para los sueños. Periodista, suelta cifras de filigrana para el relojero de lo exacto. “No hay, para un periodista, ponzoña peor que el barro fofo donde chapotean el eufemismo y la corrección política y sin embargo, ese barro abunda”, reconocerá Leila en el medio y el miedo.

Al no ser víctima de sus virtudes, sentencia: “Sólo permaneciendo se conoce, y sólo conociendo se comprende, y sólo comprendiendo se empieza a ver”.

Si pensamos con la luz de las palabras, entonces escribir es dibujar galaxias con las manos al interior de nuestra bóveda craneal: a partir del nuestro, alimentar de sueños otros mundos.

Fondo y anverso, “Zona de obras” especifica los senderos que hay en el cruce de soportes –comic, cine, poesía, literatura de ficción, grandes reportajes– y, sobre todo, en el de hablar para ser escuchado, en el de escribir para ser leído, porque las palabras pueden ser también pobres recipientes que el tiempo no quiere cargar.

“Los mejores periodistas culturales son aquellos que pueden escribir cualquier cosa”, dirá Leila, patrocinando luminiscencia a la sentencia de Albert Camus: “Todo cuando degrada la cultura acorta la distancia que nos lleva a la servidumbre”.

raelart@hotmail.com

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