CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Heidegger de madrugada

Por Rael Salvador
viernes, 8 de noviembre de 2019 · 00:00

Se quejan, berrean, realizan sus pintas, marchan, maldicen, levantan el dedo, acusan, protestan, imputan…

¿Cómo haremos para escuchar de nuevo la voz ciudadana?

Los tiempos se han apaciguado y a nadie parece ya conmover la inconformidad.

Mis vecinos de opinión, el de la derecha y el de la izquierda, dejan en jirones sus plumas en cada artículo que emiten y… ¿quién diablos les hace caso?, ¿quién se rasga la camisa con ellos?, ¿quién, para aullar juntos, toma en cuenta sus ladridos?

Su rebeldía es sólo mala leche, dirán muchos.
Entonces, ¿cómo haremos para elevar esa nata anecdótica a la altura de la demanda social?

¿A través de la timorata enunciación prensada, del estertor afónico de una radio ausente de crítica, de la imagen fugaz que estropea la visión y reduce al cerebro a espejo de feria?

El Estado y su autismo demócrata.
Y, desde luego –Newton 0.0.1, Heidegger de madrugada–, las causas de todo esto tiene sus efectos obligados.

Entonces, ¿qué diablos nos hace falta pare ser visibles y afrontar el sufrimiento ajeno, que también es nuestro dolor?

Cada vez que la suficiencia de mi economía me permite pasear por el mercado, observo la decrepitud orgullosa del abuelo y la abuela dejando sus últimas horas en el planeta empacando su propia vida, ya sin bolsas, de mercancías desparramadas que nunca serán suyas.

¿Triste? Sí. Mejor deja te cuento esta historia, angelicalmente desgraciada:

Carlitos tiene un año. “Yace en el suelo, con los pañales sucios. Berrea. Su madre va de un lado para otro haciendo sonar sus tacones sobre el mosaico de la habitación, mientras busca el sostén y la falda. Tiene prisa por acudir a su cita nocturna. Esa cosita que se agita sobre las baldosas, la exaspera. Se pone a gritar ella también”. Carlitos berrea más todavía. Entonces, se va.

Así,

Houellebecq 
ha empezado con buen pie su carrera como poeta rebelde...

Exigentes, como idiotamente nos enseñaron, la existencia tiene que ver más con nosotros mismos y mucho menos con la vida de quienes nos rodean: Cuando alguien nos “falla” o “decepciona”, es porque neciamente esperábamos algo para nosotros y que él o ella no tenían la obligación de brindarnos.

Recuerda que ningún hombre es un fracasado si tiene amigos y que sólo una mujer extraordinaria puede devolverle la belleza del ángel de la niñez, por llamarla de algún modo, a la humanidad.

Sí, manifestémonos sin la hipocresía recurrente –fundada en el quedar bien o el seguir las estúpidas normas sociales–. Sin los oscuros tapujos del miedo o las afiladas púas del prejuicio, la mente tiende a confiar en la entrega, en la amistad o en la compañía de provecho y así el bienestar se convierte en fortaleza, en algo que nos ofrece salud.

La más de las veces, nuestra confusión tiene sus raíces en el autocastigo, en esa enigmática necesidad de lastimarnos.

Ordinario y recurrente, el dolor que nos propinamos nos hace sentir vivos, pero nos niega considerar que dicho placer sólo sea la felicidad del estrés, que luego atenuamos con una copa, con un cigarro, con una pastilla, con un látigo imaginario… o con un amor torcido.

Ante la fortaleza de la injusticia, el escritor habla por los que callan, da voz a los sin voz: de amor o de protesta, de dignidad o consolación, eso poco importa.

La magia de la literatura nos salva de la “libertad” del basurero, lugar donde se anuncian los evangelios del consumo, apostolados del capitalismo voraz que generan la drogadicción, la degradación y la prostitución.

raelart@hotmail.com
 

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