LA MARAÑA CÓSMICA

¿Por qué no mejor crear nuevas plazas y descongelar sus montos?

Por Dr. Rolando Ísita Tornell*
lunes, 16 de diciembre de 2019 · 00:00

Parte de la incomprensión con esa cosa llamada ciencia se deba al desconocimiento sobre la evolución de los quehaceres y conceptos relacionados con la investigación científica que hemos adoptado en nuestro país.

Ciencia básica y ciencia aplicada, serían un ejemplo. Son conceptos que dimos por sentados cual dogma indiscutible, sin analizar si tenía que ver con nuestro propio proceso de desarrollo, de la misma forma que “tecnología”, “investigación y desarrollo”, las famosas siglas I+D, o “la innovación”.

Por otro lado tendríamos aquellas crisis que sí han sido nuestras y que no resolvimos de una manera integral y coherente con nuestro desarrollo económico, sino parches que se convirtieron en hechos fundamentales sin sustento, como el polémico Sistema Nacional de Investigadores.

Según nos describe un artículo del historiador Paul Lucien, publicado en la revista Nature en octubre, allá en el lejano final del siglo 19 un miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos solicitó la expulsión de otro miembro por el hecho de estarse echando un billete de las empresas petroleras de California, a cambio tal vez de una ciencia favorable a las empresas. Como sucede en todas las comunidades científicas del mundo, discutieron colegiadamente el asunto y concluyeron que no podían estar juzgando a cada miembro de la Academia por sus ingresos, sino por su investigación. Ahí surgió si se trataba de investigación “básica” o “aplicada”.

En un principio el vínculo ciencia-empresa eran relaciones de consultoría, pero luego evolucionaron a contratos de tiempo completo en áreas de las empresas relacionadas con la producción a las que llamaron de “investigación y desarrollo”. En 1921 sumaban 3 mil científicos bajo contrato, 27 mil en 1940 y 46 mil al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

La depresión del 29 trajo una nueva crisis a la ciencia estadounidense y mundial, la gente pensó que “el capitalismo había corrompido a la ciencia” ignorando las necesidades cotidianas de la gente. Ante ese reto social, la industria desarrolló productos de consumo para hacer más llevadera la vida cotidiana, a lo que llamó “tecnología”. Los consumidores podían confiar en esas tecnologías modernas debido a la investigación y desarrollo (I+D). En la Feria Mundial de 1939 la empresa Dupont anunciaba “mejores cosas para vivir mejor a través de la química”.

Nada tenían que ver todos esos hechos en nuestras universidades como para transmitir tales conceptos en la formación de investigadores como verdades inobjetables, nuestras pocas empresas nacionales compraban la tecnología ya hecha en el extranjero y ninguna relación tenían (ni tienen) con la investigación científica. Y hoy nos la pasamos en discusiones decimonónicas por tales conceptos extraños a nuestra realidad como país.

Cuando tuvimos las crisis económicas y las devaluaciones, la Secretaría de Hacienda impuso a las universidades no crear nuevas plazas académicas y congelar los montos a las ya existentes. En vez de resolver esa crisis estructural se inventó un parche lejano a la solución, se les llegó a llamar “los tortibonos” para los científicos: el Sistema Nacional de Investigadores (SIN). Envejece la comunidad científica sin renovarse con plazas para los jóvenes y producimos investigación por cantidad con el único fin de publicar. ¿Queremos que siga así?

Mucho tenemos que reflexionar, analizar y proponer alternativas para dejar de arrastrar inercias que nos son ajenas, como ciencia básica, aplicada, tecnología, innovación, investigación y desarrollo; dejar de defender a un SNI que restó a los cuerpos colegiados de las universidades autoridad para definir la pertinencia y calidad de la investigación científica, cediéndola a los cuerpos colegiados de la administración pública de un Consejo gubernamental que hoy le aborrecemos.

*Comunicación de la Ciencia UNAM-Ensenada

risita@dgdc.unam.mx
 

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