DESDE HOLANDA

La sobriedad holandesa

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 18 de diciembre de 2019 · 00:00

La primera vez que mi esposo vio cómo celebramos en México las fiestas infantiles se quedó muy sorprendido. Un holandés es capaz de casarse un lunes a las ocho de la mañana porque ese día y a esa hora es gratis, así que un cumpleaños infantil con más de cincuenta invitados queda descartado.

Muchos de quienes llevamos muchos años en Holanda estamos influenciados por la sobriedad de esa sociedad; a muchos nos sorprendió la tendencia mexicana de usar togas en las graduaciones de preescolar y nos preguntamos si padres y maestros no ven la exageración que esto representa.

También nos asombra el enorme gasto que significan algunos festivales escolares; costosos vestuarios y escenografías que no tienen ningún impacto en la calidad de la educación y sí en el bolsillo de los padres de familia. Si nunca hubiéramos salido de México nos parecería la cosa más normal del mundo.

Mis hijas participaron en el festival navideño de su escuela temporal aquí en México, no sin algunos contratiempos. Mi hija mayor regresó muy triste hace un par de semanas porque le dijeron que no podría tomar parte en la coreografía de su grupo. Envié un correo al colegio pidiendo que por favor la dejaran participar, que le hacía mucha ilusión y que su papá estaría aquí para verla.

No me contestaron nada, pero en el siguiente ensayo le dijeron que sí participaría. También enviaron la invitación y me di cuenta de que esta vez el festival no sería después del último día de clases, sino un fin de semana antes. Para entonces mi marido todavía no llegaría, y yo imaginé a las maestras diciendo tras bambalinas el día del festival “mira hasta dónde llega esta señora que hasta dijo que su esposo estaría aquí con tal de que su hija participara”.

El día del festival todos los niños fueron con su uniforme deportivo y solo necesitaron un detalle, como gorro y barba de Santa Claus, bombín y bufanda de muñeco de nieve, lentes oscuros, pulsera de cascabeles, etc. Un toque navideño para cada grupo que no representaba un gasto. Eso me gustó mucho de la escuela. Libros, excursiones a museos, o cualquier cosa que contribuya a su educación se pagan con más gusto que un traje de duende que van a usar cinco minutos.

Dice mi hija mayor que en la escuela en México “no hacen cosas divertidas, solo estudiar, estudiar y estudiar”. En Holanda siguen la máxima que dice que lo que no se aprende con emoción, se olvida. Este ciclo escolar la maestra de sexto envió fotos de una curiosa actividad: todos los niños recibieron un pescado, un cuchillo y un diagrama, para que cada quién diseccionara el suyo y localizara los distintos órganos. No me puedo imaginar a una escuela mexicana dándoles afilados cuchillos a los niños, y sí me puedo imaginar a los padres de un niño con una cortada en la mano, reclamándole a la maestra.

Un poco de la libertad y la creatividad de la educación holandesa no caería mal en México. Y un poco de la disciplina mexicana no les haría mal a los niños en Holanda. A mi hija la ponen aquí en su salón a platicar cómo es la escuela en su otro país, y en Holanda a su regreso, dirá a su grupo cómo es la escuela en México a petición de su maestra. A mi hija menor sus amiguitas le preguntan cosas sobre la escuela en Holanda, y lo que más las impacta no es que cada quién tenga una tableta electrónica para aprender, sino que no haya una tiendita dónde comprar dulces.

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