DESDE LA PLAZA SANTO TOMÁS

Lo que sucedió mañana – año 2026 – mes de diciembre - 49

Por Aprende de los errores de los demás, porque no vivirás lo suficiente para cometerlos todos
lunes, 2 de diciembre de 2019 · 00:00

Ricardo Harte*

Estaba lindo ese anochecer en la Plaza Santo Tomás.

Ya había pasado Doña Lupita con su grupo de limpiadoras, barriendo, recogiendo, con el parloteo de gente cómoda en su trabajo. La cháchara y las risas iban acompañadas por el rítmico sonar de las escobas barriendo los rincones. Escobas de mango rústico, con un atado de varas en un extremo. Un portento del diseño industrial popular.

Y se fueron alejando.
Cada vez se les escuchaba más lejos, tanto el “tras, tras” de las escobas, como las risas de sus manejadoras y, cada tanto, el imperioso tronar del “látigo” verbal de Doña Lupita: “Órale ustedes huevonas, menos risas, más trabajo!”.

Lo cual causaba más risas aún.
El fondo musical del sistema de audio de la Plaza ocupaba, poco a poco, los rincones silenciosos nuevamente.

Se escuchaba el segundo movimiento del concierto No. 23 para piano de Mozart.

El diálogo del piano, pausado, suave, iba marcando el tema, que la orquesta retomaba, jugaba con él, modificaba y volvía a retomar.

Una delicia que, si uno se dejaba envolver, acariciaba el alma.

Jorge y Aída, sentados en una de las bancas, junto a la fuente, conversaban jugando a esa lid tan hermosa que es el coqueteo del principio, de atraerse, de tentarse, de acercarse con precaución, de observarse, de correr riesgos, pero no muchos.

La lid verbal nacida de la atracción mutua, pero, también, del desconocimiento mutuo.

-Entonces tú me decías que estabas en la dimensión de la ingeniería química?- soltó Aída, para cambiar el tema del clima y otras vaguedades.

-Si. Así es. Soy Ingeniero Químico y trabajo en una planta de fertilizantes.

-Ah! Es decir que te dedicas a desarrollar fertilizantes químicos? De esos que contaminan?- continuó Aída, con un tono muy casual, muy tenue.

-Pues casualmente, yo estoy a cargo del área de investigación de nuevos productos amables con el medio ambiente. Que no sólo no contaminen, sino que colaboren en el mantenimiento y crecimiento del medio ambiente natural.

-Ah! ¿Y eso es posible?- con el mismo tono dulcecito, preparando la “espada verbal”.

-Sí. Es muy posible y…necesario. Los fertilizantes, en este mundo sobrepoblado, son imprescindibles para la producción de los alimentos que el planeta requiere.

-¿Qué el planeta requiere? ¿Y a qué le llamas “el planeta”? ¿Somos los seres humanos?

Aída ya empezaba a desenfundar su espada filosa.
-No. No es sólo los seres humanos. Es toda la vida existente. Los pájaros, los reptiles, las flores, los árboles, el agua, todo, todo, todo.

Aída se irguió un poquito, lo miró con otros ojos, los ojos que descubren, los ojos que ahora, observan.

-¿Me puedes explicar un poco más cómo es eso de que los fertilizantes, desarrollados para incrementar la producción del alimento humano, benefician a los reptiles?

-Todo está conectado. Todos los seres vivientes tienen un papel que hacer en el planeta. Nada ni nadie está aquí por casualidad. Es una enorme cadena en que el “efecto mariposa” sucede cada minuto, cada segundo. Sin descanso. Cada actividad de un ser vivo para alimentarse, para reproducirse, beneficia a esa enorme cadena viviente.

-¿Y eso es un principio científico? O es un principio ideológico?

-Bueno, me la estás llevando muy aprisa- rió Jorge- No me dejas terminar un tema, cuando me atropellas con otro.

Aída miró hacia el piso, sonriendo, con un dejo de humildad, como mordiendo el rebozo.

Perdón, es que me interesa mucho el tema.
-Está bien Aída- tomándole la mano, como distraídamente, para enfatizar su acercamiento en el tema que manejaban, pero disfrutando del calor que sintió en la mano de ella- No lo tomes literal, sólo bromeaba. A mi también me apasionan estos temas.

Jorge siguió hablando, pero la mano de Aída ya no la soltó. Ella dejó que las cosas sucedieran. Cada vez le simpatizaba más este ingeniero que estaba dedicado a desarrollar fertilizantes.

La Plaza ya había cambiado de luces. A las vespertinas suaves y naturales las habían suplantado las fuertes, brillantes de las lámparas del parque.

Las sombras cambiaron de posición y de oscuridad.
Ya llegaban los escandalosos habitantes de las copas, parloteando lo del día, mientras se acomodaban, cada uno, en su rama, con su pareja.

Jorge y Aída continuaban con su diálogo, que tendía a ser interminable, hermoso y muy, muy prometedor.

*Arquitecto uruguayo radicado en la CDMX

ricardoharte@yahoo.com.mx
 

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