DESDE LA PLAZA SANTO TOMÁS

Lo que sucedió mañana – año 2026 – mes de diciembre - 50

Por Ricardo Harte*
lunes, 9 de diciembre de 2019 · 00:00
Ese parlamento que sucede sin estar inmiscuido en el escenario de lo que acontece, que no tiene preferencia por ningún personaje y que no se inclina a favor o en contra de cualquier posición ideológica, sea religiosa, política, cultural o social.

Es un parloteo que, varias columnas atrás, fue definido como el “coro griego”. Es la voz que no tiene cuerpo, que surge de la nada y que describe, señala, da entradas y “arma” parlamentos totalmente objetivos y descomprometidos con el drama que sucede, con los personajes.

Pero su palabra es enormemente creíble. Por lo tanto, enormemente peligrosa.

Hoy dejaremos que, por ser el “balcón” a la Plaza Santo Tomás número 50, el “coro griego” se explaye y nos cuente cómo ha sido su experiencia en estos cincuenta escenarios, cincuenta instantes, cincuenta situaciones.

Pues ya que nos permiten exponer, como “coro griego”, algunas reflexiones sobre lo que hemos vivido en estas cincuenta semanas, debemos confesar que hemos esperado con ansias cada lunes para ver cuáles eran los temas, las palabras, los gestos. Cuáles eran los diálogos. Ver cómo estaba la Plaza, su brisa, su sombra, sus sonidos.

Flotar por los rincones, acariciar una hoja muy verde, sentir el color y el aroma de la lavanda.

Observar a los personajes, cómo se desenvolvían, sus discrepancias, sus concordancias, sus celos, dolores, felicidades y amores.

La Sra. Elsa, siempre fue muy previsible. De un alma bondadosa, conservadora y ortodoxa, siempre le costó descubrir realidades y personas que no encajaban con sus prototipos construidos por sus genes, sus temores y su limitada curiosidad por lo diferente. Lo diferente le creó incertidumbre y no estaba preparada para ello. Prefería, muchas veces, seguir creyendo que el mundo era y seguirá siendo como ella lo deseaba. Pero fue descubriendo la belleza en lo desconocido.

Mercedes, toda una académica, instruida, con un cerebro disciplinado en los procedimientos científicos. Totalmente convencida que la vida se explica a partir de la ciencia. Muy intolerante a las conversaciones casuales, sufría cuando los temas no cursaban una ruta lógica, ordenada. Y en sus sufrimientos aprendió a entender y aceptar otra forma de mirar el mundo. Una manera intuitiva, hasta caprichosa. Una mirada desde los sentimientos. Aprendió que lo inexplicable, el misterio, existe.

Agustín, el buen Agustín. Amarrado a su disciplina de historiador junior, todo se explica, según él, a partir de conocer el pasado. El pasado es el presente y conociendo lo sucedido en tiempos lejanos-cuanto más lejanos, mejor- se puede entender el presente. Y, por lo tanto, imaginar el futuro. Descubrió lo sorprendente de investigar sucesos anteriores, teniendo frente a él testigos presenciales de esos sucesos. Tuvo que hacerle, en buena medida, al sicólogo. El aprendió que los grandes temas de la vida humana se explican con la participación multidisciplinaria. Que ya no hay ninguna profesión que pueda ser considerada “ombligo” de los aconteceres.

El Inge. Personaje muy pasivo. Aparecía esporádicamente. Le encantaba observar, escuchar. Opinaba en muy contadas ocasiones. Aún no sabemos si fue producto de su timidez. El futuro dirá.

Y Don Sebas.
Le hubiera encantado ser parte de este “coro griego”. Ver todo desde afuera. Describir, opinar, señalar. Nos costó mucho tomar la decisión de no permitirle sumarse a nuestro equipo. Hubiera sido necesario que perdiera su condición física y transformarse en espíritu, como nosotros. Y todavía no era su momento. Debía seguir trabajando arrastrando su “empaque”, su cuerpo, cada vez más ajetreado, más vulnerable. Muchas cosas le significaron fuertes contenciones. Una de ellas, fue quedarse callado, dejando que los diálogos llegaran a su plenitud. La otra, fue-y es- el aceptar cuidados, apapachos, elogios, ayudas. Nos contó que él aprendió a jugar a las canicas, solo, al trompo, solo. A andar en bicicleta, aprendió, también, solo. Tragó agua, aprendiendo a nadar, solo. Y todas las demás actividades de un niño y de un adolescente. Y después, enrolarse en luchas partidarias, luchas de acción directa. Discusiones ideológicas de noches enteras, interminables.

Y ahora es el viejo tranquilo, que toma un buen café acariciando las palabras, los gestos, el cariño de sus seres queridos. Disfrutaba, por sobre muchas cosas, subir la Génova del velero y sentir como, muy despacio, la brisa lo movía, bailando con cada tenue ola, y avanzaba en silencio, escuchando el cortar del agua…

Cincuenta actos, cincuenta diálogos, cincuenta brisas. La Plaza Santo Tomás ya era un lugar para quedarse.

*Arquitecto originario de Uruguay y radicado en México

ricardoharte@yahoo.com.mx

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