El gran panal

La inmensa Ciudad de México, como todas las grandes urbes del mundo, es un panal donde conviven millones de abejas trabajadoras. La nota roja del periódico es el pan nuestro de cada día y se cuentan por millones sus ávidos lectores, por lo que hay varios periódicos especializados en ella.

Una mañana, apareció con grandes titulares, la noticia del rapto de un pequeño bebé de escasas tres semanas de nacido; la joven madre, de unos 17 años, envuelta en lágrimas, pedía a los raptores que se comunicaran con ella y le regresaran vivo a su bebé. Al otro día, ningún periódico dio cuenta de llamada alguna y por la noche, en su noticiero, López Dóriga entrevistó a la jovencita y la llorosa madre rogaba a los raptores se comunicaran a su teléfono o al de su mamá.

La desgarradora imagen apareció en todos los periódicos y el cardenal católico declaró que los raptores se condolieran del dolor de una joven madre. Las declaraciones del ministro católico calaron hondo y al otro día seguía el silencio de los raptores; los periodistas, como siempre buscando sesgos del suceso entrevistaron a un doctor pediatra, quien declaró: que a estas alturas lo más probable era que el bebé ya hubiera fallecido pues dada su corta edad, requería de la leche materna y si los raptores intentaban darle otro tipo de leche lo que iban a conseguir era matarlo.

Ante el inesperado cuadro de no recibir ninguna llamada, como en aquel viejo programa de la radio: LA POLICIA SIEMPRE VIGILA, un viejo detective mexicano fue invitado a colaborar en el caso y con base en su gran experiencia, empezó a desenrollar la madeja, se dio cuenta que era muy endeble la teoría del rapto, dado que los padres no eran ricos, él tenía un modesto empleo de despachador en una ferretería. Haciendo eco del viejo axioma de que estos delitos, el 85% de las veces son cometidos por familiares y amigos cercanos a la familia, fueron interrogados muchos jóvenes y jovencitas, dada la edad del matrimonio, el círculo de amigos era muy joven.

Siguiendo con el viejo método de investigación, el detective Buendía citó a la reconstrucción de los hechos y se trasladó al sitio donde la señora había declarado que se estacionó para ir al súper y dejó a su bebé en el asiento de atrás y que una vez que hizo sus compras, regresó al auto y ya no vio a su bebé, ya no estaba. Pero Buendía se percató de que junto al súper, había un local de reparación de zapatos, fue a platicar con el zapatero y éste le confirmó, cuando le mostró la foto, que sí recordaba a la mujer y que le había llamado la atención cuando la vio en el noticiero nocturno, pero que él recordaba muy claramente que la señora se había estacionado y se dirigió al súper y en unos 20 minutos aproximadamente, regresó al auto, guardó dos bolsas de mandado en el asiento de atrás, arrancó el auto y se fue. Buendía le preguntó si en ese lapso había llegado alguien a abrir el auto y el zapatero contestó que en todo ese tiempo absolutamente nadie se había acercado al auto con la intención de abrirlo.

Con este as en la mano, Buendía solicitó que fueran por la señora y al llegar, la pasaron inmediatamente al cuarto de interrogatorios donde Buendía apretó tuercas, como se dice en la jerga policiaca. Después de unos minutos, la señora se derrumbó y terminó confesando que esa mañana estaba sola con el bebé y le estaba dando de comer sin perder detalle de lo que sucedía en la telenovela que estaba viendo; por lo que por un desafortunado accidente, el bebé se le había escapado del regazo cayendo de cabeza al piso y muriendo instantáneamente.

Presa del pánico, tuvo varias horas mientras regresaba su esposo del trabajo para urdir lo del rapto y fue a tirar el cadáver del bebé a un basurero. La Policía se avocó a revisar varios basureros y encontraron 4 cadáveres de niños y con el método de: éste no es y éste tampoco, fueron enterrados en la fosa común, lo que me recordó una vieja frase que dice: CADÁVER EL DE JUÁREZ, LOS DEMÁS SON PINCHES MUERTOS…

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