DÍA DEL SEÑOR

IV Domingo de Cuaresma Ciclo C

Por Padre Carlos Poma Henestroza
sábado, 30 de marzo de 2019 · 00:00

“Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”
Lc 15, 1-3. 11-32


El Evangelio de hoy nos habla de la parábola del hijo pródigo, pero es el padre el verdadero protagonista de la parábola. Es un padre que no se deja llevar por la conducta de sus hijos. Hagan lo que hagan él sigue siendo un padre.

No es difícil descubrir en la figura del hijo menor una imagen del mundo moderno que no se siente a gusto en casa y pide su parte de herencia y se va lejos de la mirada del padre. Piensa que así podrá disfrutar de la vida a sus anchas, con dinero, sin nadie se lo impida, saboreando la libertad.

Pero en lugar de encontrar la anhelada libertad, pronto se hunde en la esclavitud y la miseria y desciende casi al nivel de los animales. Pero le queda todavía una conciencia de lo que ha vivido en casa de su padre. Ahora descubre lo que ha perdido y quiere recuperar en parte mediante un trabajo de jornalero.

El padre del hijo pródigo, aunque presintiese lo que podía pasar, accedió a darle la parte de la herencia, respeta su libertad y lo deja salir de casa. Y porque lo conoce bien, queda esperando su vuelta. El detalle de verlo de lejos nos estaría indicando que aquel anciano padre salía todos los días, esperando verlo venir por aquel camino en que lo había visto desaparecer. Y, en efecto, un buen día lo vio de lejos y fue a su encuentro, lo abraza y le prepara una fiesta. Probablemente nuestra reacción primera habrá sido la del hijo mayor y no a la que Jesús ha pretendido ofrecernos en el retrato de Dios con el pecador el modelo a seguir. ¿Es así como nos portamos nosotros con los demás? ¿Somos tolerantes, capaces de perdonar?

En realidad el hijo pródigo no conocía el corazón del padre que se muestra en todo su amor, inmediatamente lo perdona y le restituye su antigua dignidad de hijo, sino que le da su anillo, lo que significa capacidad de disponer de los recursos económicos, y celebra una gran fiesta.

El hijo mayor parece envidiar al hijo menor a pesar de que ve que su aventura de la libertad terminó en un desastre. Desgraciadamente los acontecimientos vividos estos últimos años muestran que el hijo mayor tan sólo en apariencia era hijo fiel. El padre hará lo imposible para la reconciliación de ambos, haciendo que el hijo mayor comprenda. Le hace ver que siguen siendo hermanos. Nosotros también somos hermanos en el pecado, en la necesidad de ser perdonados.

Queridos hermanos, aquí tenemos un buen programa para llevar a cabo nuestra conversión pascual. Tendremos que aprender a tener un corazón tan abierto y tolerante como el de Dios como el que Jesús mostró siempre.

Hagamos el propósito de caminar al retorno de una vida buena, como el hijo pródigo, para descansar al fin en los brazos de Dios misericordioso, dejándonos querer por Él; y, así rehabilitados, sentarnos a su mesa.

Éste es el camino que tenemos de hacer durante la Cuaresma: un camino de vuelta a la casa del Padre. Caminamos con la confianza de que Dios, cuando volvamos a Él, no nos echará en cara nuestro pecado, no nos recriminará por nuestras faltas y delitos, sino que, como el padre de la parábola, saldrá corriendo hacia nosotros, con los ojos llenos de lágrimas de alegría, nos abrazará y nos llenará de besos, y hará fiesta por nuestra vuelta. Dios se alegra y hace fiesta por la vuelta de sus hijos que se habían separado de Él.

Dios nos espera con los brazos abiertos. Vivamos la alegría de volver de nuevo a casa. Celebremos la fiesta de la reconciliación. Dios nos ha prometido su amor y su misericordia y Dios siempre cumple sus promesas.

Que la misericordia de Dios los acompañe y bendiga siempre.

cpomah@yahoo.com

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