BAJO PALABRA

De aquí y de allá

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 12 de abril de 2019 · 00:00

Se dice frecuentemente que los pueblos chicos son propensos al rumor y los mitos, no lo dudo.

Parte del encanto de vivir en un lugar pequeño es la familiaridad con la que se tratan sus habitantes.

Mi familia, llegó a El Sauzal en 1959, mi padre tenía dos años ya trabajando en una granja avícola.

Llegamos en verano justo al fin de las vacaciones y a tiempo para ser inscritos, mis hermanos y yo, en la escuela primaria de la localidad. Venía de la escuela Álvaro Obregón de Tijuana, hoy Casa de la Cultura, era una escuela muy grande con grupos separados de niños y niñas,

Junto con la novedad de la mudanza, el descubrimiento de espacios amplios, algunos francamente baldíos, estuvo la experiencia del encuentro con los compañeros de escuela. Eran hombres y mujeres, niños y niñas, hago la diferencia porque algunos condiscípulos tenían entre 16 y 18 años y otros 11 o 12, era quinto año. Todos se conocían y varios de ellos eran familiares, hermanos o primos, era común nombrarlos con algún apodo: el Cuate, Palillo, Balilo, Bebito etc. algunos me parecían claramente ofensivos ya que hacían alusión a características físicas, el Cabezón, el Molacho. El profesor (otra novedad, sólo había tenido maestras) los conocía bien y los llamaba por sus sobrenombres.

Debo decir que hubo la intención de asestarme un apodo, pero no lo dejé. Fui respetada.

Los nuevos compañeros conocían las ocupaciones u oficios de quienes no se dedicaban a los trabajos del mar: el carpintero, el zapatero remendón, el boticario, los oficinistas. Comentaban sin rubor alguno situaciones personales de personajes del poblado. Algunas anécdotas eran bastante cómicas, repetían a veces situaciones del trabajo escuchadas en sus casas por comentarios de los padres.

El camión que daba la vuelta cada hora a la que llamaban La Burra, mientras llegaba la hora de salida de Ensenada al El Sauzal, las conversaciones eran en voz tan alta que los pormenores eran conocidos por todos.

Fue un tiempo de aprendizaje y de ajuste a una comunidad pintoresca y nueva. Ya de adultos hemos sido testigos por años de la solidaridad y el afecto de los vecinos.

Aquí sigo con mi familia, siempre regreso, es un espacio que se convirtió en el sitio más amable y seguro para vivir.
 

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