DÍA DEL SEÑOR

II Domingo de Pascua - Fiesta de la Divina Misericordia, Ciclo C

Por “Sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen les quedarán sin perdonar’”
sábado, 27 de abril de 2019 · 00:00
(Jn 20, 19-31)

Padre Carlos Poma
Hoy es domingo 2do de Pascua de Resurrección y también la Fiesta de la Divina Misericordia. El Evangelio de San Juan nos narra la primera aparición de Jesús a sus Apóstoles el mismo día de su gloriosa resurrección, al anochecer, mientras estaban a puertas cerradas.

Cristo, al haber vencido a la muerte, quiere dejarnos el medio efectivo para ser perdonados de nuestros pecados e instituye en ese mismo momento el Sacramento de la Confesión.

El Sacramento de la Confesión es el Sacramento de la Divina Misericordia, llamado por el mismo Jesús, en sus revelaciones a Santa Faustina Kowalska. Sólo basta estar arrepentidos y confesar la ofensa. Sobre el arrepentimiento debemos decir que éste es condición indispensable para recibir el perdón en el Sacramento de la Confesión. El arrepentimiento perfecto o contrición consiste en arrepentirnos porque hemos ofendido a Dios. Este arrepentimiento perfecto puede ser con dolor o no.

No hay mejor liberación que una buena confesión, porque el confesionario es el sitio donde verdaderamente se deja la culpa, cuando la asumimos en toda su verdad y con toda sinceridad.

Cuando nos sentimos culpables de algo ¿no tenemos la tendencia a desahogarnos con alguien? ¿Qué mejor sitio que el confesionario, donde no solamente podemos hacer catarsis, sino también sentirnos genuinamente perdonados?

Jesús le explicó a Santa Faustina que la fuente de su Misericordia era el Sacramento de la Confesión: “Cuando vayas a confesarte debes saber esto: Yo mismo te espero en el confesionario. Sólo que estoy escondido en el Sacerdote, pero Yo mismo actúo en el alma. Aquí la miseria del alma encuentra al Dios de la Misericordia”.

Tener un corazón misericordioso es tener un corazón que se apiada de la miseria humana y quiere remediarla. Una persona que quiera ser discípulo de Jesús y no tenga un corazón misericordioso no puede comportarse como auténtico discípulo de Jesús. Al Dios clemente y misericordioso sólo podemos acercarnos con un corazón clemente y misericordioso.

Los que predican el odio en nombre de Dios se han equivocado de Dios; le invocan ofendiéndole, blasfemando de él. Que nuestra vida, la vida de todo cristiano, sea un cántico de alabanza a Dios, porque es eterna su misericordia.

Hay algo que todavía no tenemos asumido los que nos decimos seguidores de Jesús: tenemos que ser misericordiosos. Sus llagas nos han curado. Jesús nos envía a perdonar no a condenar, nos entrega el evangelio de la misericordia. Dios nunca se cansa de perdonar. Nos ha dicho, además, que tenemos que anunciar la misericordia de Dios. Nosotros tenemos que ser mensajeros de perdón, aprender a perdonarnos primero a nosotros mismos y ser instrumentos de perdón y reconciliación para todos.

Antes de recibir el Espíritu Santo, los discípulos no se atrevían ni a salir a la calle, porque sabían que vivían rodeados de un mundo hostil. Pero cuando ven, de pronto, a Jesús en medio de ellos, exhalando sobre ellos su aliento y su paz, se llenan de alegría, desaparece el miedo y su alma se llena de paz y vigor.

Que Dios con su infinita misericordia no conceda su paz, los bendiga acompañe y proteja siempre.

cpomah@yahoo.com

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