PROYECTOVINO

“Calidad vs Cantidad”

Por Araceli Velázquez Córdoba
jueves, 4 de abril de 2019 · 00:00
“¡Nos vamos de crucero familia!”. No saben la emoción que sentí, al mismo tiempo que mis hermanos y primos, cuando escuchamos esa palabras de parte de mi abuelo. Y cuando nos explicó que no sólo nos íbamos toda la familia a disfrutar unas vacaciones inolvidables, sino que además, íbamos a hacerlo en el que en ese momento era el barco más famoso del mundo! ¡El “Crucero del Amor”! El corazón me dio otro vuelco. Obviamente no dejamos de ver la serie desde que recibimos la noticia hasta tomar el vuelo que nos llevó al puerto de embarque.

Aunque yo era una niña que estaba lejos de entender conceptos como servicio, logística, atención al cliente, etc. Al pasar el tiempo, y dedicarme ahora justo a eso, me he dado cuenta que ese viaje, me marcó. Quedé impresionada por la eficiencia desplegada por cada miembro de la tripulación. Como si fueran una maquinaria diseñada para operar a la perfección.

Hace unos meses, con el pretexto (como si se necesitara alguno) de celebrar el cumpleaños de mi hermano, se decidió que hiciéramos otro viaje familiar al Caribe. No necesito decirles que después de 30 años las cosas son muy diferentes en los cruceros. La capacidad del barco que abordamos es 7 veces mayor al de mi primera experiencia.

Ahora son una especie de hoteles/centros comerciales/parques de diversiones flotantes enormes que con tal de aumentar la capacidad de pasajeros han perdido el trato personalizado, la elegancia y hasta la calidad de los alimentos. Aunque tengo que reconocer que siguen funcionando a la perfección en cuestión operacional y tienen una oferta muy grande de atracciones y entretenimiento, distan mucho de los cruceros de antes.

Antier estaba viendo las fotos de mis hermanos en aquel viaje en los 80’s. La cara de esos niños impresionados viendo como el elegante capitán del barco se agachaba para saludarlos de mano, me dio el tema para la columna de hoy.

Cuando yo empecé a conocer las vinícolas en México, eran pequeñas bodegas familiares enfocadas exclusivamente a producir vino. Muy pocas estaban abiertas para visitas y generalmente con horarios muy restringidos. La atención casi siempre era por parte de sus propietarios que orgullosamente mostraban a los pocos visitantes sus productos. Hace menos de 6 años, aun me tocó desayunar con Tru y su esposo Donald Miller en el comedor de su casa. Experiencia incomparable.

Hoy en día, muchas están más preocupadas por recibir gente que por elaborar vinos de calidad. No quiero señalarlas, pero si es muy decepcionante el que visites una vinícola que parece Disneylandia y encuentres que en lugar de darte una degustación bien hecha y amigable, te quieran vender terrenos. Eso sí, ya que compres uno, elabores tu propio vino. Pareciera que el vino es un pretexto o una carnada para en realidad venderte un terreno. Además de un desperdicio tremendo ya que la inversión de los tanques de fermentación y miles de barricas es enorme y hay vinícolas que de verdad se preocupan por la calidad de sus vinos que harían maravillas con ese equipo.

Por eso me da mucho gusto ver, aún casi todas, que se están adaptando a los tiempos sin perder el objetivo principal de elaborar vinos de calidad y que también tengas la posibilidad de sentarte a platicar con sus dueños o los enólogos, para así adentrarte mucho más. Alguien alguna vez me dijo, “hay que apurarnos a hacer esto, porque después se va a convertir en Napa, y se va a perder lo hermoso que es el convivir con los autores intelectuales de los que crean y mueven esta industria.

Dense la oportunidad de vivirlo. Es una experiencia realmente hermosa. ¡Salud!

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