DÍA DEL SEÑOR

V Domingo de Cuaresma Ciclo C

Por “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?”
sábado, 6 de abril de 2019 · 00:00
(Jn 8, 1-l1)

Padre Carlos Poma
En el Evangelio de hoy, llevan a una mujer pecadora, arrastrada hasta donde se encontraba Jesús, con la intención de ponerle una trampa y poder acusarlo. La trampa consistía que si Jesús ordenaba apedrearla, ¿dónde quedaban el perdón y la misericordia?, y si no accedía al castigo mortal, ¿dónde quedaba el cumplimiento de la Ley que lo estipulaba?

Pero Jesús, con su Sabiduría infinita por ser Dios, no hace ni una cosa, ni la otra, sino todo lo contrario. Nos cuenta el relato de San Juan que sin siquiera levantar la mirada para ver a la mujer culpable, ni tampoco a sus acusadores, comienza a escribir sobre el polvo del suelo. Como creen que Jesús no les está haciendo caso, vuelven a insistir. Entonces el Señor se incorpora y les responde: “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Luego se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo. Poco a poco, uno tras otro comenzaron a retirarse, empezando los más viejos.

Algunos piensan que escribía los pecados de los acusadores. Por supuesto, no les quedó más remedio que escabullirse. Vemos, entonces, que Jesús propone algo absolutamente nuevo no contemplado por la Ley: sólo el que esté libre de pecado puede lanzar piedras. ¿Y quién es el único libre de pecado? Solamente El, el Inocente que cargó con todos los pecados: los que posiblemente escribió en el suelo, los de la mujer adúltera y los de cada uno de nosotros. Y El no pronuncia sentencia, no condena a la mujer.

Jesús vuelve se levanta y le pregunta: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Le dice. El, que sí hubiera podido tirar la primera piedra, no la condena, la perdona.

Luego le dice: “Vete y no vuelvas a pecar”. Jesús no la apoya en su pecado. Muy por el contrario: le ordena que no peque más.

Dios conoce todos nuestros pecados, hasta nuestros más escondidos pecados. Y sólo espera que estemos dispuestos estar frente a Él para perdonarnos y pedirnos que no volvamos a pecar. No debemos temer, por más grave que pueda ser nuestro pecado, por más grande o más fea que pueda ser nuestra falta. Dios lo único que desea es aceptemos nuestra culpa y que nos arrepintamos.

La mujer adúltera no le dijo nada a Jesús, pero su silencio fue la aceptación de su falta; su mejor actitud fue que no buscó excusarse. ¿Cuántas veces buscamos darnos excusas para nuestras faltas, en vez de reconocernos culpables?

Jesús escribió las faltas de los acusadores sobre el polvo. Así escribe las nuestras. No las escribe en algo permanente. Quedan allí, en el polvo, hasta que la gracia del perdón, obtenida por el reconocimiento de nuestros pecados, los borra y pasan al olvido.

Nadie tiene derecho a condenar a nadie. Nadie puede tirar la primera piedra. Todos somos culpables de algo. Reconocer nuestras culpas nos ayuda a no estar pendientes de las de los demás. Dios, quien sí podría acusarnos, no lo hace, pero espera que nos acerquemos arrepentidos al sacramento de la Confesión para perdonarnos.

Que Dios con su infinita misericordia los bendiga, acompañe y proteja siempre

cpomah@yahoo.com

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