BAJO PALABRA

Casa de piedra

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 19 de julio de 2019 · 00:00
Mi padre fue un férreo vigilante del buen hablar, gustaba de mencionar palabras poco comunes para preguntarnos enseguida ¿Qué quise decir?, teníamos que pensar en alguna definición, generalmente por el contexto. Era un juego interminable, tomaba la enciclopedia o el diccionario y al azar elegía una palabra y comparaba nuestras “definiciones”. Este ejercicio le resultaba divertido, aunque no a todos. Nunca le escuché decir ninguna palabra soez ni vulgar. Estudió 5 años en Tlacolula, Oaxaca en un seminario bautista en donde el español era una asignatura fundamental. Una gramática de Don Andrés Bello fue su libro de cabecera y de manera constante se refería a la forma correcta de hablar.

Llegamos a El Sauzal a mediados del 59, fue un cambio enorme por todas las razones imaginables. Al inicio de clases en la escuela primaria del poblado Artículo 123 recorríamos a pie como un kilómetro entre casas y los patios enormes de aquellos tiempos, la mayoría sin cercos, ni límites.

Aprendimos rápidamente las travesuras de niños de nuestra edad, una de ellas era pasar por una casa aparentemente sola construida con piedras de mar y tocar un timbre que estaba escondido dentro del ancho dintel de la puerta, para luego echar a correr. Algunos de los niños nos mostraron como se hacía, el dueño de la casa Don Piri, salía enojado, nunca escuchamos lo que decía porque ya estábamos lejos para cuando el viejo salía.

Un día iban mis hermanos solos a la escuela, había llovido un poco, al pasar por la casa solitaria mi hermano, haciendo gala de su arrojo, tocó el timbre. La humedad y algún cable expuesto le causó una pequeña pero sorpresiva descarga eléctrica. Mi hermano exclamó ¡ay cabrón! Nuestra hermana se sorprendió por tal exclamación y regresó a la casa para decirle a mi padre que mi hermano había dicho una grosería. A él le importó más que se hacía tarde para la escuela y prometió ver este asunto al regreso.

La casa de Don Piri fue demolida años después, pensé siempre que el señor se llamaría Pedro, ya que los niños nos decían que era un señor emigrado trabajador en el otro lado. Yo nunca lo miré de cerca. Esta fue una de las leyendas urbanas con las que crecimos en estas tierras. El hombre se llamaba Espiridión lo supe décadas después.

Nosotros seguimos buscando el significado de “circunspecto”, “idóneo”, “algarabía”, “tozudo”, “idiosincrasia” y cuánta palabra se le ocurría a nuestro padre para entretenerse y entretenernos.

A mi hermano no le escuché decir palabras groseras (en aquel tiempo), mi hermana siguió atenta, yo solamente sonreía, aún lo hago.

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