CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

El infierno de los dioses

Por Rael Salvador
viernes, 19 de julio de 2019 · 00:00
¿Qué tanto nos habita el mito griego cuando reclamamos un lugar en el Universo?

A la altura de borrascosas cumbres, Albert Camus se da cita con

Emily Brontë en “El hombre rebelde”, para afirmar el sentido de toda reivindicación estéril: “Heathcliff prefiere su amor a Dios y pide el infierno para reunirse con la que ama”, pero no es sólo su juventud humillada lo que expone, sino también “la experiencia ardiente de toda una vida”.

Serrat, a la letra dice: “Qué me importa/ que en un cuarto/ otros encuentren amparo/ siempre y cuando lo precise/ lo halle desocupado”, siendo estos versos musicalizados casi un remedo de la enunciación hereje del maestro Eckart, cuando sentencia: “Prefiero el infierno con Jesús al cielo sin Él”.

Así, en

mística
compañía de Jean-Manuel Serrat, de un animoso Eckart y un Camus deshabilitado –en palabras de Sartre–, nos sumergimos en la esencia del mito griego: Orfeo, tras la muerte de su amada, tañe su lira descendiendo al inframundo, reino exhaustivo y exclusivo de Hades. Atendiendo la recomendación del soberano, el músico recupera a Eurídice, mas desatendiendo su propia confianza, vuelve el rostro y ella

recobra la textura de las sombras…
Expulsado del mismísimo averno, todo incrédulo y desconfiado renuncia a “la delicia de tenerla”.

De tal suerte, el mito griego reafirma su inmortalidad en nosotros, legando su acusadora reverberación en la familia, los amigos… quienes aguardan apenados y con impaciencia “que por dignidad/ la saque de la casa/ con violencia”.

En pocas palabras, que de nuevo “la mande al infierno”.

Cuando digo “la textura de las sombras”, soy compasivo, pero si utilizara las palabras de Pascal Quignard, describiría el horror de lo muerto: “Orfeo se escapa cuando percibe el rostro de Eurídice comido por los gusanos en el infierno. Los gusanos caían de sus ojos vacíos. Los gusanos caían de sus narices. Los gusanos caían de su boca entreabierta”.

Y también es Quignard quien me regala

–de su “

Morir por pensar”


este gemelo de historia: “El rey Gilgamesh le enuncia a Uruk: O una ciudad o la jungla. El rey de Uruk ama la ciudad fortificada cuya ley decide, cuya imagen almenada tiene sobre su pelo, donde domina a todas las mujeres por el derecho que dicta sobre ellas, y le gusta expulsar fuera de los muros a las bestias feroces del mundo salvaje. Pero de pronto, un día, se produce el rapto; se enamora de la fiera al prendarse de Enkidu; ama a aquel que muere; sigue amando al que ha muerto. Decide descender entre los muertos para tratar de recuperar a su compañero. Es la primera novela que se escribió en el mundo, a finales del IV milenio antes de Cristo”.

A través de las circunvoluciones de la escritura, el divino Dante se sumerge en los estratos de “La Comedia”; va, de la mano de Virgilio, en busca de su virgen Beatriz… En su pausado descenso, inaugura etapas recurriendo a una nominación inmunda: círculos, fosas, zonas, giros


Asemeja a un Piaget en los infiernos. Y a decir del poeta Jim Morrison, hemos estado tanto tiempo abajo que “ya sentimos que estamos arriba”.

raelart@hotmail.com

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