LA MARAÑA CÓSMICA

Ciencia sí, pero sin miedo

Por: Rolando Ísita Tornell*
lunes, 22 de julio de 2019 · 00:00

El pasado sábado 20 de julio el mundo sensato y crítico conmemoró la llegada del Homo sapiens, del planeta Tierra, al satélite natural de ese planeta, la Luna, por primera vez, en 1969, hace medio siglo.

“Houston, aquí la Base de la Tranquilidad. El Eagle ha alunizado”, transmitió la tripulación al Centro de Control de la Misión Apolo 11, desde 384 mil 400 kilómetros de distancia. Horas después, ya 21 de julio en la Tierra, Neil Armstrong, comandante de la misión, salió del módulo de alunizaje, bajó por unas pequeñas escaleras y al pisar el polvo lunar dijo la célebre frase: “Este es un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”.

Se alcanzaba así una importante etapa de lo que la civilización conoció como la carrera espacial entre dos potencias antagónicas que tenían su “destrucción mutuamente asegurada”, en una guerra eufemísticamente llamada “fría”, una carrera que tuvo como impulso el pánico de las élites estadounidenses a unos soviéticos que el 4 de octubre de 1957 colocaron en órbita al satélite artificial Sputnik I, del que la prensa estadounidense publicó “hoy es un bip bip, mañana será una bomba atómica sobre nuestras cabezas”.

Triste decirlo, pero fue el miedo el que motivó el millonario financiamiento de una proeza científico-técnica que abrió la ventana al ser humano para iniciar la exploración del Universo. En efecto, a raíz de la órbita del Sputnik soviético, la educación estadounidense en todos sus niveles alcanzó un extraordinario impulso con base en el conocimiento científico y técnico. Para 1959, los niños con padres con una cultura científica, ya podíamos embelesarnos con ediciones traducidas como “Nuestro amigo el Satélite”, que en un lenguaje sencillo y directo nos llevaba de la mano desde la mitología donde Ícaro, desobedeciendo a su padre Dédalo, voló hasta el Sol con sus alas hechas de plumas pegadas con cera que el calor del Sol derritió provocando la caída y muerte del hijo desobediente; hasta un futuro que hoy es presente alcanzando con robots y artefactos los confines del Sistema Planetario, con Marte en la mira para vuelos tripulados.

Distinto a lo que muchos piensan, la carrera espacial ha dejado innumerables beneficios a la humanidad. La principal, la ciencia desarrollada (o confirmada), la tecnología derivada del conocimiento básico y un sinfín de nuevos materiales hoy en uso en nuestra vida cotidiana.

Los capitales no se fueron al espacio, la tecnología aprendida se quedó en la Tierra. Por mencionar una: aquellos que nacieron con el sistema inmune estropeado y que podrían morir con solo respirar el aire abundante en microbios patógenos, hoy pueden contar con escafandras parecidas a las de los astronautas pero más ligeras que les permiten llevar una vida con bienestar.

Aprendimos también las capacidades humanas para soportar varias gravedades sin el colapso de nuestro organismo, a desarrollar materiales que nos protegen de la radiación solar y cósmica, transmisiones radioeléctricas a distancias planetarias, a experimentar todo tipo de combustibles para lograr mayor fuerza al menor costo y peso. Hoy ya tenemos en teoría la propulsión Warp-Alcubierre (de nuestro físico de la UNAM Miguel Alcubierre), nos falta saber si se puede llevar a la práctica para visitar otras galaxias.

Mala idea de los estadounidenses haber impulsado intensamente la ciencia y la tecnología por miedo, pues una vez que la Unión Soviética se colapsó, el financiamiento a la exploración espacial estadounidense y a la ciencia en general también se colapsó, dando lugar a un considerable retraso frente a la Unión Europea, China, Rusia, Corea del Sur y Japón, que no le deja a Estados Unidos más que las bravuconadas de su presidente para enfrentar su atraso.

*Comunicación de la Ciencia UNAM-Ensenada

risita@dgdc.unam.mx
 

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