BAJO PALABRA

Un desvío

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 13 de septiembre de 2019 · 00:00

El regreso de vacaciones de invierno era una experiencia divertida y animada. Coincidíamos en el autobús estudiantes de diferentes escuelas, carreras y edades. Algunos eran conocidos entre sí, otros viajaban con un familiar y otros pocos lo hacíamos solos. Cruzábamos el desierto, cerca de Santa Ana Sonora, eran pasadas las nueve de la mañana, esperábamos desayunar en la siguiente estación.

De pronto nos encontramos de frente con la caja de un remolque pequeño que en el intento de adelantarse a un auto decidió retornar a su carril sin lograrlo. Sentimos un golpe en dos momentos. Rápidamente los pasajeros buscamos la forma de salir del camión. En ese momento descubrimos que el camión se había volcado sobre el lado derecho. En el aturdimiento del momento buscamos cada uno la manera de salir, utilizamos ventanas rotas laterales y frontales.

De pronto, quienes éramos extraños nos convertimos compañeros y hermanos, todos buscamos a los conocidos y acudimos en auxilio de uno de los jóvenes que tenía una herida grande en la cabeza. Los choferes estaban lastimados, uno de ellos con una fractura en el tobillo y quien conducía el autobús en ese momento se encontraba inconsciente al lado del volante.

La ayuda tardó casi dos horas, una ambulancia de bomberos y una camioneta. Esperamos bajo el sol ardiente de esa zona, era enero. No parecía haber heridos graves, nuestro amigo se asustó al ver la sangre de su herida, pero nos recomendó cuidar de sus discos, una chica estudiante de Normal sentía el daño a su falda nueva rasgada como con tijera, yo procuré encontrar mis anteojos y mi bolso. Fuimos un grupo sereno en espera del auxilio que finalmente llegó.

Es curioso como después de un percance así, todo cambia de perspectiva, no hay más prisa, nada es más importante. La vida tiene su ritmo y estar ilesos era en sí un premio. En Santa Ana fuimos a ver al compañero que ya estaba atendido, los conductores habían sido trasladados a un hospital. Era casualmente el día de mi cumpleaños 18.

Terminamos los estudios, no volvimos a encontrarnos en viajes ni en ningún otro lado.

Pasaron varios años, en el último empleo que tuve en Guadalajara encontré a una joven en una oficina muy vieja (sí hay oficinas viejas) contestaba teléfonos y tomaba recados para un licenciado, nos presentamos y platicamos algo sobre nosotras; de dónde éramos, qué estudiamos, etcétera. Le conté que era de Baja California, me contó que su padre había sido chofer de los Autobuses Norte de Sonora y que había muerto en un accidente de carretera el 9 de enero de 1966.

 

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