BAJO PALABRA

¿Qué, qué?

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 20 de septiembre de 2019 · 00:00
Escucho a penas, apenas.

En medio de una conversación mi voz se convierte en un sonido que rebota en alguna pared de mi cabeza, pareciera que hablo hacia un túnel o un pozo de agua profundo. Escucho un eco inmediato que se convierte en un ruido difuso.

Estoy perdiendo mi audición, descubro en propia experiencia los asomos del aislamiento que acompaña la disminución de las capacidades vitales.

La pérdida del oído es un proceso que se vive en familia, en diferentes grados, pasa por estadios de una primera impaciencia hasta la aportación de respuestas para paliar el problema.

En este padecimiento hay dos extremos, uno, quien lo padece y otro, todos aquellos que interactúan con él.

El proceso va desde la advertencia de decir “no te escucho” o “no entiendo” hasta el cierre interno a cualquier esfuerzo de oír bien o enterarse de qué se está hablando.

La familia cercana pasa de la exasperación a la broma y de ahí eventualmente a la molestia y al grito velado al repetir lo dicho.

Hay días en que parece que se vive dentro de un tibor o un barril en donde la propia voz retumba en paredes hasta convertirse solamente en rumor.

El oído es uno de los órganos menos conocido, sus partes pequeñas y fundamentales para la audición confunden a quien padece sordera y consecuentemente impide explicarlo a otros.

La sordera es una discapacidad poco comprendida ya que no se manifiesta físicamente al exterior, el débil visual se da a notar y lo entiende cualquiera lo mismo pasa con alguna discapacidad motriz, pero a quien no escucha bien difícilmente se le percibe con empatía. Decir “no veo” provoca comedimiento, apoyo en cambio decir “soy sordo” deja una sensación de reproche y arrogancia. La sordera no se mira, sólo el que la padece lo sabe.

Mi generación ha llegado ya al momento en que la mayoría de los males físicos son remitidos a causas degenerativas. Dichosa palabra con la que debe uno aceptar que son los años los que pesan sobre muchos de los padecimientos, aparentemente leves, que tenemos.

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