BAÚL DE MANÍAS
Pesada, interminable, deshilvanada
Por: Cristina Álvarez-AstorgaAsí definieron los críticos a la retahíla de falsedades que Míster Trump ha estado farfullando (balbuciendo, murmurando, tuiteando) aquí, allá y acullá desde hace una semana. ¿Qué estoy diciendo? No, no, no, no, no. Perdón, estimado lector, pero a estas alturas del partido ya mis cables se cruzan machín. Va de nuez: “Pesada, interminable, deshilvanada”, así juzgaron los críticos de la época a la Sinfonía No. 3 (“Eroica”) de Beethoven, que es la obra que estoy pasando a invitarle a escuchar hoy, martes 10 de noviembre de 2020, muy contenta y admirada porque los vecinos del norte mandaron a chiflar a su máuser al Señor Trump.
Beethoven (1770-1827) compuso la “Eroica”, entre 1802 y 1804. O sea, que han pasado más de 200 años, pero, según la autorizada opinión de la mayoría de los directores de orquesta del mundo mundial, de plano no se ha vuelto a componer una sinfonía mejor. Vaya, ni la Novena (del mismo Beethoven) es tan buena, según ellos.
Se sabe que esta obra nació de una profunda crisis de Beethoven: deprimido por sus problemas de salud y por su sordera, en 1802 se retiró a la tranquila ciudad de Heiligenstadt, cercana a Viena, con su mente todavía atrapada por los más fúnebres (tétricos, sombríos, tristes) pensamientos. Como buen artista, y como buen héroe de la historia de la música, el cuate emergió de la crisis con la voluntad de seguir adelante, con la condición (autoimpuesta) de darle un gran giro a su arte.
Y pasó lo que tenía que pasar. Esa tercera sinfonía cierrrrtamente rompió con todo lo que se había hecho antes (por cualquier músico). De entrada, con sus 45 minutotes, dura el doble que cualquier sinfonía anterior (suya o de otros). Pero, además, refleja la palpitación del nuevo espíritu romántico y es mucho más compleja que cualquier obra contemporánea suya. La crítica, medio “en babia”, la tachó en su momento de “pesada, interminable y deshilvanada”. No tardó, sin embargo, en recapacitar y saludarla como una verdadera fregonería.
Beethoven admiraba los ideales de la Revolución francesa, encarnados en la figura de Napoleón Bonaparte, que era casi de su misma edad, por cierto. Dicen que esta sinfonía iba estar dedicada al chaparrito, pero que cuando el canijo se auto-coronó emperador (en mayo de 1804) supuestamente Beethoven hizo tremendo berrinche y borró el nombre de Bonaparte de la página del título, con tal fuerza, que hasta el lápiz se le rompió y quedó una fea rasgadura en el papel.
También dicen que dijo (supongo que antes de borrón): “¡Ahora sólo... va a obedecer a su ambición, elevarse más alto que los demás, convertirse en un tirano!”.
Finalmente, algún tiempo después, cuando la obra se publicó en 1806, Beethoven le dio el título, en italiano (no me pregunte usted por qué) de “Sinfonia eroica, composta per festeggiare il sovvenire d’un grand’uomo” (“Sinfonía heroica, compuesta para festejar el recuerdo de un gran hombre”). Este gran hombre era un ideal, un héroe que aún no existía.
Pues a mí me dan ganas de oírla nomás por el puro gusto de festejar a los heroicos vecinos del norte, que ya sabemos lo que hicieron. Aquí la encuentra usted con mi adorado Lenny Bernstein y la Orquesta Filarmónica de Viena, en una grabación de 1979, desde la Sala de Conciertos de la Ópera Estatal de Viena. Una chulada.
https://www.youtube.com/watch?v=EGka-nzBWW4
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