DESDE LA PLAZA SANTO TOMÁS

Lo que sucedió mañana – año 2027 – mes de noviembre- 93

Por Ricardo Harte*
lunes, 23 de noviembre de 2020 · 01:58

“Hace mucho empezó, lo sé, / pero desde hace rato no me siento / inmortal. / Y cuando yo ya no esté, / las servilletas seguirán / en su mismo lugar sobre la mesa, / los mismos autos se estacionarán en los mismos lugares, más o menos. / Es difícil hacerme a la sólida idea de mi ausencia, / pero es palpable, tan palpable como / los pechos de una joven, o sus labios, / o su manera de pedirme / que le haga caso, ¿pero cómo, / si ya no voy a estar?”

Sandro Cohen

Las luces del día languidecían, tristes de tener que retirarse y se defendían todavía de las oscuridades que aprovechaban la huida de la luz del sol para ir cancelando cada una de las sombras que cada árbol, cada planta, cada banco había generado durante el día.

Estaban enamoradas de los colores de la Plaza y disfrutaban los minutos del día mientras recorrían cada rincón, encaramadas a los rayos del sol.

El grupo de amigos parloteaba como siempre.

Recordando, desafiando, discutiendo riendo.
Los diversos temas que en las tertulias de nuestros amigos se habían “abierto”, seguían, en su mayoría, abiertos.

Eran ricos y heterogéneos.
Abarcaban desde anécdotas de vida, hasta posiciones ideológicas.

Oían, mientras desarrollaban mentalmente los contra argumentos que les permitiría ocupar posiciones de liderazgo en esa contienda de diálogo, en el que se debatían ideas, experiencias, creencias y paradigmas.

Era una buena forma de ejercitar el noble arte de conversar.

El grupo iba recuperando, poco a poco el hábito de expresarse verbalmente, de ordenar sus ideas para poder exponerlas, hábito que fue, durante el siglo XX, castrado por el bombardeo de la Tele/cibernética que privilegió el desarrollo del más supino individualismo.

En la Plaza Santo Tomás reinaba esa envidiable armonía nacida de aconteceres que cumplían, día a día, con el ritmo previsto, con los sonidos conocidos, con las brisas esperadas.

-El otro día Aída nos comentó un concepto sumamente interesante- decía Agustín, meneando con parsimonia su copia de tinto que “gritaba” con sus brillos de un vino sano, profundo, hermoso- Se refería al amor. Y me pareció interesante porque siempre había contemplado yo que el amor nace cuando uno encuentra a la persona o al ente que le mueve el piso. Cuando ambos entes establecen un vínculo que va más allá de las palabras, de las miradas, de las caricias. La propuesta de Aída es que el amor ahí está, es una capacidad, una fortaleza que uno lleva adentro. No nace a partir de encontrar el objeto, la idea, el ente que lo provoque, sino que esa capacidad ahí está, como dormida, y el encuentro con “lo otro” lo despierta, lo estimula, lo excita. Me pareció muy interesante, repito, y agrega algo que yo no tenía tan claro: de que el amor o el amar es una capacidad. Y al igual que la creatividad, está en cada uno de nosotros el desarrollarla o dejar que se atrofie.

-Creo- musito Mercedes, muy quedamente- que a todos nosotros se nos da, al nacer, una mochila cargada de fortalezas que nos permitirán, en la medida en que las desarrollemos, navegar por la vida construyendo jardines, ríos, amaneceres, poemas, bailes, dibujos, árboles, hijos, risas. Y así como también se nos dota de un sistema muscular que podemos desarrollar o atrofiar, también nos sucede que si esas fortalezas no las cultivamos, no las ejercitamos, terminan por debilitarse y, a veces, desaparecer. Creo que hay seres humanos que ya no pueden amar y van caminando sembrando tormentas, llantos, gritos y sufrimientos.

-Mmmm…sí- intervino muy, muy lentamente D. Sebas- ¿Pero no es necesario, para poder ejercer y fortalecer la capacidad de amar que haya una correspondencia? ¿No es necesario que haya un diálogo de intercambios de miradas, de caricias, de cuidados para que ese amor no se marchite?

-Mire. Creo que es de cada uno el mantener la salud del amor internamente. Puede haber la traición, la no correspondencia, el egoísmo, la agresión por el ente contraparte. Sí. Pero si uno deja que el odio, el rencor, la desilusión haga los hoyos en la mochila por donde se escapa el amor, ya es bronca de cada quien. Cuando recibimos esa mochila cargada de fortalezas incipientes, no nos garantizan que el camino por donde vamos a transcurrir sea un camino fácil. Para empezar, el camino no existe. Debemos ir haciéndolo. Y hay que quitar piedras, salvar hoyos, cruzar pantanos, protegerse de las espinas, etc. El gran desafío es que la mochila no se rompa y que su contenido vaya creciendo en belleza, en sabiduría, en fortaleza.

-Y dime Mercedes…¿en esa mochila que recibimos también viene la fe? Porque hay preceptos de creencias religiosas que dicen que la fe es un don que Dios nos da.

-Mi querido Agustín…No sé. No sé si la fe se construye o, al igual que el amor, es parte de las fortalezas que nos entregan con nuestra mochila al nacer. Se me hace muy difícil pensar en que haya amor sin fe. Y viceversa.

La Plaza seguía creciendo en sonidos que ya eran parte de su ADN de marca: pájaros, parloteo humano, brisas que despeinan, sombras que se hacen cómplices de amores.

*Arquitecto nacido en Uruguay y radicado en México desde hace mas de 40 años

ricardoharte@yahoo.com.mx

 

...

Comentarios