LA TURICATA
El Flaco de Oro
Por José Carrillo CedilloCuando yo nací, una vez que tuve conciencia, me percaté que los adultos de la vecindad hablaban de Agustín Lara con mucha reverencia y era el tópico, comentando sus amoríos y sus nuevas canciones y sus nuevos intérpretes, hombres y mujeres que adquirían fama de manera rápida solo con entonar sus románticas canciones.
Él logró sacar al tango del rango de la radio y popularizó sus boleros. Su primer gran éxito se titula “Arráncame la vida” y siguieron grandes canciones con bellas melodías que se popularizaban rápidamente.
Años después formó su propia orquesta: “Los Solistas” de Agustín Lara.
Además de compositor privilegiado con su gran inspiración era un magnífico pianista. Puesto que en ese tiempo la radio era el modo de entretenimiento familiar, todos escuchábamos sus numerosos y populares programas, sobre todo cuando daba voz en el micrófono a sus intérpretes, como a su compadre Pedro Vargas al que le decían “El Samurai de la Canción’’, nunca entendí por qué le decían así y su forma de hablar lo hizo aún más famoso además de ser reconocido por su inimitable voz, nadie cantaba como él.
La relación y posterior casamiento de Agustín con la bella María Félix pasó a la historia de la farándula mexicana, quedando como recuerdo imborrable su genial canción María Bonita, cantada por todos en la vecindad.
Mujer, mujer divina…
De siempre soy adorador de las mujeres. Aparecen en mi vida desde muy temprana edad, las niñas de la vecindad me incluían en sus juegos y me fui percatando con ello, poco a poco, de la diferencia entre los sexos, ellas me lo mostraron, sobre todo cuando jugábamos a petición de ellas al papá y a la mamá. Fueron mis primeras “novias”.
Y desde entonces me di cuenta que las mujeres son más inteligentes que los hombres, luego, más precoces. Ellas me han demostrado su inteligencia hasta la fecha. Mi madre años después me dijo que me arrullaba con la música de Agustín Lara, misma que salía de un radio que mi madre sintonizaba para aliviar un poco su cotidiana labor de ama de casa, mientras lavaba o planchaba unía su voz a la de Toña La Negra (en ese tiempo no era un insulto decirle Negra) con su cálida y sensual voz, unidas con derroche de amor y con ternura mecían ambas mi cuna (un cajón de jabón Castillo) de tal modo que puedo afirmar que estas fueron las primeras canciones de cuna que escuché; más tarde conocí a Cri-Cri, pero esa es otra historia.
Y así como la poesía decayó a la muerte de Amado Nervo (que mi padre declamaba en tardes de tertulia a sus amigas) y cuyos herederos fueron todos los letristas de boleros, según escribió José Emilio Pacheco, la música de “El Flaco de oro” siguió impresa en mí toda mi adolescencia, la que duró hasta los 32 años.
No sé hasta dónde ese erotismo “fugaz y traicionero” impreso en esas canciones me fue guiando y terminó modelando mi personalidad y mi relación con las mujeres en general.
Las mujeres primero, era la inviolable regla con ellas. Abrirles la puerta, cederles el paso y el asiento en los camiones era cotidiano. Mi padre en las fiestas familiares, cantaba tangos, yo cuando cantaba (con buena voz, según la crítica) prefería interpretar al Flaco. Si tuviera que narrar mi vida la dividiría por etapas marcada por una mujer, con el denominador común de ser todas adorables.
Reconozco pues la influencia del genial músico – poeta y con ello saldo mi deuda con él, y extiendo mi reconocimiento al entonar lo que ha sido mi himno toda mi vida:
Eres la razón de mí existir… Mujer.
jcarrilolocedillo@hotmail.com
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