LA BRÚJULA

Amor y dolor (Para tiempos de pandemia)

Por Heberto Peterson Legrand
lunes, 30 de noviembre de 2020 · 00:31

Cuando un ser profundamente amado nos es arrebatado por voluntad divina, tratamos de acatar su voluntad, es más, muchas veces sabemos que está por llegar el momento y, sin embargo, a la hora de la hora nos es difícil aceptarlo.

La fe nos hace saber que ese amadísimo ser está presente y gozando la presencia de quien es alfa y omega- principio y fin- de nuestras vidas, pero aún así a sabiendas de su sufrimiento quisiéramos poseerlo para prodigarle nuestro amor, cayendo en un egoísmo involuntario, pensando quizá más en nosotros mismos...hay amor y...dolor.

Cristo dijo: “yo soy la verdad el camino y la vida “, y ese ser amado ya esta viviendo la plenitud de la verdad, recorrió el camino final para dejar lo temporal e iniciar esa vida en plenitud, lejos de nuestra finita comprensión, pero de seguro plena de belleza y luz.

Dicen que un bien no se valora hasta que se pierde. El lastre de nuestra propia inercia, de una vida rutinaria, de un no valorar las arrugas del tiempo y no darnos cuenta cuando una vela se apaga, dejando de ser, y no lo percibimos, nuestra ceguera es a veces mayúscula..

Que peligroso es cuando el trabajo, los compromisos sociales y un sin fin más de pretextos nos insensibilizan y dejamos de ver el tesoro que tenemos cerca y sin embargo ofrecemos nuestra atención y tiempo a las alhajas de imitación, a los convencionalismos sociales que limitan la verdadera libertad que nos debe mover al conocimiento del tesoro que nos dan los verdaderos valores como lo son los padres, la esposa, los hijos, los nietos la familia y todo aquello que nos hace crecer para vivir la verdad la belleza y el bien...

Somos el fruto de dos seres que se amaron y junto con Cristo nos dieron la vida, somos la síntesis de su amor y entrega desinteresada y ellos a su vez prolongación del amor de Dios y, el vientre materno, el altar donde se opera el milagro de la vida, por eso bendito vientre el de toda madre cuyo amor jamás se apaga sino que se vivifica en cada segundo, en cada minuto y en cada hora de nuestra existencia.

Somos tan dados, pobre miseria humana, de ver sólo los lunares, sólo las sombras e incapaces de apreciar la luz, la riqueza de las personas, seres no perfectos, sino perfectibles, seres que hasta el final de su vida están luchando por llegar a ser. Bien decía Ortega y Gassett: “la vida es un continuo hacerse...”, sólo Dios es perfecto, sólo el en la cruz dijo: “perdónalos porque no saben lo que hacen...”y dice el padre nuestro: “perdónanos, como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden...”. Los hombres nos provocamos dolor incluso a los seres que más amamos.

Cuando hay dolor por amor éste tiene sentido, pero cuando hay dolor por nuestro egoísmo, por nuestra incomprensión, el dolor no tiene sentido. Nuestros seres amados debieron ver siempre en nosotros una fuente de amor y no de dolor, el darse por amor produce felicidad, ayuda al crecimiento de los demás y al crecimiento propio...

Cuando una vida se apaga por voluntad divina debemos mantenerla viva a través del amor a esos otros seres que son prolongación de ella, que en sus venas corre su sangre y el flujo de su propio amor, así les rendiremos siempre el más digno de los tributos.

Querer reaccionar ya es demasiado tarde para corregir el rumbo, ya es tarde para pedir perdón porque pudimos ser mejores, ya es tarde para vivir la actitud cristiana de la donación, de la entrega, de la caricia que se sustenta en el amor en la caridad

Se pregunta uno ¿Qué tan digno fui?... y la respuesta es...pude haber sido mucho mejor, pude sembrar esperanza y dar felicidad……la oportunidad está Abierta ¡Hagámoslo!
 

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