CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Lacrónica, micrónica, sucrónica

Por Rael Salvador
viernes, 24 de abril de 2020 · 00:00

La palabra (voz, lenguaje) de Martín Caparrós, a través de un manoseo firme (riguroso, ágil) de la realidad cruda (desollada, desnuda), expone (discursa, despliega) la puntualización (aclaración, señalización) de hechos (sucesos, acontecimientos) que, ataviados (camuflados, disfrazados) de una significación (concepto, idea) periodística (informativa, pública), rara vez develan (descubren, exponen) la hermandad o relación (vínculo, ilación) de los acontecimientos (hechos, sucesos) humanos.

Su libro –“Una luna” (Anagrama, 2009)–, moderno hiperviaje al corazón de las tinieblas –Marlow, de salto a Kishinau y Monrovia, de maroma a Amsterdam y Lusaka, de bala a Pittsburgh y París, de malabares a Barcelona y Johannesburgo, por decir los mínimo–, ofrece grandes páginas –páginas de fuego– donde los gestos de la indagación –la unificada desgracia de los rostros de las muchachitas prostitutas, la indeleble marca de agua que deja la patera en los polizones si cuentan con la suerte de convertirse en refugiados de la desesperanza, las víctimas que alimentan las altas cifras del sida, los mozalbetes militarizados prendidos a las tetas de la muerte, los pandilleros en escalada hacia la deportación irreductible, las escuelas de los sin futuro, los trabajadores despreciados– son el tejido de estas historias –de ixtle y alcohol, de fuego y verdad– que destila la íntima pluma de Martín explorador.

Hay una edición de él –Caparrós, gourmet de lo angustiante, imprescindible, que lleva como título “El hambre” (Planeta, 2014), y dan ganas de hervirlo a dentellada en la negra saliva del rencor; mascar –mascar las fuentes, lubricadas sus cifras, en las quijadas eróticas de la frustración y obtener el quimo velludo de un odio exacerbado ante los que han puesto en la mesa del mundo los cadáveres infantiles –lindas caritas de pájaro, sonrisas de duendes en cloro, como desecho y emblema de la economía mundial. Dan ganas de que no existiera la necesidad de leer el infierno gastronómico que provoca el pecado de la gula cuando dobla la apuesta capital con la avaricia.

En los tiempos de “Palabra” atendí con oportunidad las importantes colaboraciones del autor de “Historia” y “Un día en la vida de Dios”, todas ellas auscultadas por la escritora Herandy Rojas, eficaz asistente de edición, quien además se dio a la tarea de publicar un par de crónicas que puntualizan la hoja de menú anterior… En una, “Con los dientes en los ojos: Culinarias de Martín Caparrós”, Herandy desgrana al aire “Entre dientes” (Almadía, 2012) y nos ofrece su visión de “El hambre” en lo que da a llamar “la segregante miseria, indigencia famélica, sugestiva en el estilo y la profundidad, pero también difícil como característica de la especie. Estas lecturas, de letras tentadoras, evidencian un irrebatible cuestionamiento sobre la verdadera relación entre cultura y el estilo de muela. La exigencia estrafalaria, que tanto refiere Caparrós –comeperros–, se convierte en un escabroso estudio culinario del siglo XXI”.

Al llevar a cabo la segunda: “Visión generacional de una afrenta”, donde la autora de “Ni libro, ni árbol, ni hijo. Periodismo, arte y literatura” (Editorial Palabra, 2014) se encarga de despachar “A quien corresponda” (Anagrama, 2008): “Este libro –nos dice Herandy–, en formato de novela periodística, es una gran propuesta que no sólo aporta algo muy valioso a la literatura actual, sino que también llega a reconstruir los valores profesionales de la comunicación contemporánea, disciplina donde, por desgracia, no suele prevalecer el periodismo literario”, lo cual abre un diálogo por demás nutricio de conceptos e interesante en su búsqueda de simetría…

«Me pareció –responde Caparrós– que estaba bien trabajada e informada, Rael, y me gustó. Sólo no entiendo qué es ese género que Herandy llama “novela periodística”. ¿De qué se trataría? ¿Es algo diferente de la novela? ¿Y, entonces, “A quién corresponda lo es”?».

La joven Herandy Rojas responde que “sería más fácil, de manera concreta, responderle a Octavio Paz… pues Caparrós se da muchas libertades y licencias en el uso del lenguaje para que tenga dudas del término y de lo que quiero decir”. La sala de redacción se ha alumbrado en una mañana de rica en confrontación y en un agradable repaso al Triángulo Dorado de la “nueva narrativa literaria en el periodismo”, donde no salen ilesas ni “Noticia de un secuestro” ni “Operación Masacre” ni “A quien corresponda” y demás etcéteras…

«Yo lo llamo Lacrónica; algunos lo llaman “nuevo periodismo”. Es la forma más reciente de llamarlo, pero se anquilosó. El nuevo periodismo ya está viejo. Se conformó hace medio siglo, cuando algunos señores –y muy pocas señoras todavía– decidieron usar recursos de otros géneros literarios para contar la realidad. Con ese procedimiento armaron formas de decir, de escribir –que cristalizó en un género». (Círculo de Tiza, 2015)

Si esto no es Micrónica –más que mía, mía–, y Sucrónica más allá de Lacrónica –“el nuevo periodismo ya está viejo”–, no sé en realidad qué diablos sea escribir crónica.

raelart@hotmail.com
 

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