DÍA DEL SEÑOR

“Tranquilícense y no teman. Soy Yo” (Mt 14, 22-33)

Por Carlos Poma Henostroza
sábado, 8 de agosto de 2020 · 00:00


El Evangelio de hoy, nos trae el relato lo que sucedió, enseguida de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ordenó a los discípulos que subieran a la barca y se trasladaran a la otra orilla del Lago de Genesaret.

El Señor despidió a la gente y subió al monte para orar a solas. Mientras tanto, los apóstoles tenían dificultades en la travesía nocturna, porque las olas eran fuertes y había viento contrario.

En eso el Señor se les aparece en la madrugada, pero de una forma peculiar: viene Jesús caminando sobre el agua. Ellos se asustan de tal manera, que daban gritos de terror. Ellos creían que Cristo era un fantasma. Y El los calma diciéndoles: “Tranquilícense y no teman. Soy Yo”.

Aunque es natural tener miedo frente a lo desconocido, las tragedias, terremotos, tormentas, pandemia, enfermedad y muerte, a Dios podemos encontrarlo más allá del temor y de la muerte, susurrando a nuestros oídos las mismas palabras que les dice a sus discípulos: “Tranquilícense, no tengan miedo, soy yo”. La fe consiste en no dejarse paralizar por el miedo.

Cuando más vulnerables y frágiles nos sentimos, la fe nos mueve a no dejarnos arrastrar por el temor. La fe nos dispone en una actitud de escucha, una actitud receptiva, para así escuchar la voz de Dios en el interior de nuestros corazones, diciéndonos amorosamente: “No tengas miedo, soy yo”.

Muchas veces el miedo nos hace perder la confianza hasta en nuestras propias fuerzas. Es el mismo sentimiento de los apóstoles, sentimiento que nos impide reconocer a Jesús que viene a nuestro encuentro en los momentos difíciles.

Por encima de nuestras dificultades, temores, angustias, Jesús está siempre con nosotros.

Cuando nosotros nos encerramos en nuestros problemas y quitamos nuestros ojos de Cristo, nuestra fe se tambalea, comenzamos a dudar, a tener miedo y comenzamos a hundirnos también como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva, mientras nos dice: ¡Hombre, mujer de poca fe! ¿Por qué has dudado? ¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no aprendemos de nuestras crisis? Las crisis son inevitables, al tiempo que son también oportunidades para recuperar a Jesús, para una renovación profunda.

Cristo actúa en la crisis que estamos viviendo. Él nos está conduciendo hacia una vida nueva. Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en el camino, pero cuando surge algún problema, alguna tempestad en nuestra vida, que tambalea nuestra barca y nos descentra, nuestra fe se nubla y la figura de Jesús se desdibuja. Es fácil llevar adelante la vida de fe cuando los otros aspectos de la vida están bien, pero cuando la situación personal o familiar es dolorosa o complicada, menos aún reconocemos a Jesús, o lo podemos reconocer como un fantasma, alejado de nuestra vida.

Lo mismo que invita a los discípulos a no tener miedo, hoy también nos invita a nosotros a confiar en él, a tener fe. Jesús se nos acerca en medio de nuestros estruendos y nos dice: Ánimo, soy yo, no tengáis miedo. Solo tenemos que dejarlo subir a nuestra barca, dejar que entre en nuestra vida.

Que Dios con su infinito amor los bendiga y proteja siempre.

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