BAÚL DE MANÍAS

Los usos de Beethoven

Por Ma. Cristina Álvarez-Astorga
martes, 22 de septiembre de 2020 · 00:00

Querido lector: puse “usos”, pero quise decir “usufructos”.

El usufructo (del latín usus fructus, “uso del fruto”) es el derecho de goce o disfrute de una cosa ajena. Según la ley, “es el derecho a disfrutar los bienes ajenos, con la obligación de conservar su forma y sustancia, a no ser que el título de su constitución o la ley autoricen otra cosa”. El que usufructúa tiene la tenencia (manque suene redundancia), más no la propiedad.


Todos los que navegamos por YouTube, por ejemplo, somos usuarios (vocablo que es muy parecido a usufructuarios, si no es que es lo mismo) de las bellezas que compuso Beethoven y de las gracias de los gatitos y de cómo hacer pasteles, crochet, macramé, y un sinfín de etcéteras.

Somos usuarios de Beethoven en este pandémico año en que se celebra el aniversario 250 de su nacimiento. Yo lo invito a usted a usufructuar, por ejemplo, la hiper-archi-recontra-famosa quinta sinfonía de Beethoven, que, según dicen los historiadores, vino a ser un “hito” en la forma como se acostumbraba ir a conciertos cuando fue estrenada.

Antes de ese día, la gente iba a los conciertos a escuchar sinfonías más como “cuentos” independientes que como historias completas. Y entonces… Chán chán chán chán…. Llegó la quinta de Beethoven, que requería que el público la escuchara más como una novela que como varios cuentecitos.

Beethoven compuso su Sinfonía No. 5, en do menor (Op. 67) en 1808. La obra destaca porque sus cuatro movimientos están construidos sobre la base de un motivo rítmico formado por tres corcheas y una blanca con calderón. Este motivo abre la sinfonía y retorna una y otra vez, y le da a la pieza una extraordinaria unidad. Para Beethoven este motivo rítmico era “la llamada del destino” Para mí, de chiquilla, era “para papá, leche con páááán”. El segundo movimiento es un hermoso tema con variaciones. El tercer movimiento (scherzo) comienza misteriosamente y prosigue de modo salvaje en los instrumentos de viento-metal con una figura derivada de la “llamada del destino”, que se encadena sin pausa con el triunfal cuarto movimiento (allegro) que termina con una impresionante coda. Así, pues, Beethoven inauguró una nueva era al exigirle al público que siguiera una sola historia que se desarrollaba en cuatro movimientos. A partir de entonces comenzó a quedar atrás la costumbre de aplaudir a mitad de la obra para pedir que repitieran alguno de los “cuentos”. Quedarse quietecito se convirtió en la prueba definitiva para mostrar la comprensión de este “nuevo lenguaje” de la música clásica. Con el tiempo, estas normas cristalizaron en un conjunto de reglas de etiqueta. La soporífera “sociedad educada” surgió por primera vez como un conjunto de estándares culturales desarrollados a mediados del siglo XVIII como significantes de clase burguesa. En la época de Beethoven, la nueva etiqueta social se extendió a la sala de conciertos y todavía es vigente. Cosa que me parece “de hueva”, por decirlo de un modo coloquial.

Hoy en día (o, más bien, hasta antes de la pandemia) cuando entrabas en una sala de conciertos, había un conjunto establecido de convenciones (“¡No tosas!”, “¡No aplaudas!”, “¡No comas muéganos!”) que mostraban quién era y quién no era “culto”, lo cual venía siendo, según yo, francamente, una sangronada. Equivalía a ir a un Museo, por ejemplo, de pintura, y no poder decir “ay, qué pishis monas tan feas”, (o tan bonitas) pintó este cuate. O a ir a la ópera y no poder decir “ay, qué bueno que se murió la loca ésa, yo ya me voy”, al final del segundo acto de “Tosca” de Puccini.

Aquí puede usted checar la Sinfonía No. 5 de Beethoven. Haga usufructo de ella como le venga en gana. Y abur.

https://www.youtube.com/watch?v=fuPrcnpIRx8 

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