LA VERDAD SEA DICHA

La ciudad de la eterna primavera

Por Guillermo Hurtado Aviña
miércoles, 9 de septiembre de 2020 · 00:00

Así se le conoce a Cuernavaca, la ciudad que, he dicho a mis cuates, es mi segunda patria, la primera es Ensenada. La conocí hace muchos años, cuando tuve la magnífica oportunidad de ingresar a la facultad de Derecho, perteneciente a la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

Viví en Cuernavaquita la bella, como también se le conoce, ocho increíbles años, en plena juventud; tuve, y tengo, grandes amigos en esa ciudad, con quienes me comunico a través de Cesáreo Medina, vocero de toda esa plebe.

Cuando la conocí me encantó. Era una ciudad muy hermosa, tranquila, su gente muy amigable, tan cierto es que muchos que me aceptaron como amigo, no eran estudiantes, sin embargo, me ayudaron a que mi vida en Cuernavaca fuera a todo dar.

Después de que cumplí con el motivo que me había llevado, me devolví a mi terruño, con la promesa cumplida de volver cuantas veces me fuera posible. Tuve suerte porque pude volver muchas veces, muy especialmente cuando nos reuníamos con el propósito de celebrar un aniversario de nuestra octava generación, aunque, es cierto, cada vez éramos menos, muchos compañeros se fueron jóvenes, relativamente, pero en representación de ellos asistían sus viudas.

Una de las primeras veces que la visité, vi a la ciudad un poco cambiada en varios aspecto y lo comenté, y la respuesta que me dieron fue que con motivo del terremoto de 1985 muchos chilangos, así los llamaron, se habían mudado a Cuernavaca y a otras ciudades del estado y, al estilo de ellos, estaban imponiendo su forma de ser, su forma de vivir, dando al traste con el estilo de vida de los morelenses.

En una de las ocasiones que volví me llamó la atención que en el centro de la ciudad, estuvieran estratégicamente ubicadas patrullas con los códigos prendidos. Primero pensé que se trataba de un caso que estaba siendo atendido, pero en los días siguientes también estuvieron las patrullas en la misma forma, de manera que me vi obligado a preguntarles a mis amigos que a qué se debía ese despliegue de policías, y me respondieron que habían llegado uno o dos grupos de narcos, pero que ya estaban de salida; entendí que esa respuesta era un eufemismo para no hacer ver mal a su ciudad.

En los años recientes, especialmente este, mi querida y bien recordada Cuernavaca ha sido exhibida nacionalmente, no como lo fue en aquellos tiempos en los que se hablaban de ella puras cosas bonitas, sino de cosas terribles, como plaza ocupada por grupos de delincuencia organizada; de narcos; de asesinatos que suceden cada vez con más frecuencia, en fin, la están convirtiendo o ya está convertida, en una ciudad semejante, en ese sentido, a Tijuana y, la verdad sea dicha, a Ensenada, mi primera patria.

No obstante su estado actual, en la primera oportunidad que tenga, habré de hacerme presente en la, para mí y para muchos, Cuernavaquita la bella; la ciudad de la eterna primavera, porque quiero recordar aquellos años maravillosos de mi juventud y recorrer cada uno de los lugares en los que dejé parte de mi vida. ¡Así sea!
 

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