CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

La última tentación de Kazantzakis

Por: Rael Salvador
viernes, 1 de octubre de 2021 · 00:00

Moría Kazantzakis y se resistía a soltar el lápiz, a extraer la mano de la marejada tormentosa en que se había transformado su tinta.

Emborronaba ya sus últimas sílabas con el murmullo terminal y todos estábamos consternados, tristes, en un grito de neblina que no alcanzaba a reconfigurar su espíritu.

Moría Kazantzakis y, con él, nuestro más grande sueño de lucidez y justicia que haya tenido la literatura.

Con temple –para eso escribió toda la vida– observaba el oscuro abismo de la muerte y sabía que, entre éste y del abismo que venimos, el luminoso espacio que hay entre ellos le llamamos vida.

El secreto lo había extraído de Homero, al igual que Pessoa lo hizo en su momento: “Sólo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra, todos los días son míos”.

Niko Kazantzakis (Grecia, 1883-1957), autor de “Ascesis Salvatores Dei”, “Cristo de nuevo crucificado”, “El canto a Dante”, “La última Tentación de Cristo”, “Alexis Zorba el griego” y muchas otras, así como una hermosa versión de la “Odisea” y recomendables obras de teatro, entre la que destaca la trascendencia de “Buda”.

Leer su autobiografía, “Carta al Greco”, me brindó la felicidad terrena ofreciéndome la medida del hombre ante sus imaginarios, porque como él mismo dice: “La felicidad es un ave doméstica que se encuentra en el patio de nuestra propia casa”.

¿Cómo no recordar, ahora que menciono la novela de “Zorba el griego”, el maravilloso final de la película del mismo nombre, dirigida por Cacoyannis, cuando Zorba es convidado a ofrecer la lección de baile –con la también inolvidable pieza musical de Mikis Theodorakis– a quien buscaba la vida perdiéndose intelectualmente en la biografía de Buda?

Estos tiempos, donde el cruce despiadado de consignas amarra sus navajas para la confusión, no olvido la inmensidad del pensamiento escrito del autor de “Hermanos enemigos”: “Cogidos por las redes de la carne, luchan por librarse, por salvarse, y caen en redes más espesas, en las redes del entendimiento; y a eso le llaman salvación. Cambian de prisión, ya los muros no son de piedra y cal y hierros, sino de esperanzas y sueños; cambian de prisión, ¡y a eso le llaman libertad!”.

En uno de nuestros diálogos iniciales cuestioné al cantautor Facundo Cabral para que ofreciera algún juicio sobre la polémica que había desatado la versión cinematográfica de “La última Tentación de Cristo”.

«Por los griegos –me dice Cabral– muchos nos colgamos el verso y la guitarra; vimos en el parque, la plaza y la playa parte de nuestro hogar, donde pudimos apreciar el vuelo libre de las aves y la fortuna maravillosa de las fogatas que el cielo nocturno nos ofrecía; empezamos a leer a Lawrence Durrell, al desaforado de Henry Miller, el de los trópicos, pero también el de “El Coloso de Marusi”; a conocer el verdadero viaje a través del poema Ítaca de Kavafi… ¿Lo recuerdas?: “Detente en los emporios de Fenicia/ y hazte con hermosas mercancías,/ nácar y coral, ámbar y ébano/ y toda suerte de perfumes sensuales./ Ve a muchas ciudades egipcias a aprender de sus sabios”. Por escuchar a George Moustaki muchos arribamos a la belleza de

Nikos Kazantzakis y su “Zorba el Griego” y a la poesía mediterránea, bañada siempre de espumas, danzas inigualables y vino persa, de esmeraldas, polvo de estrellas y pieles de jaguar. Pero, sobre todo, arribamos a la comprensión de la existencia

… ¡Mi Dios, qué maravilla! Y tú me preguntas sólo por la polémica de la “La última Tentación…”».

Si algún día dejamos de juguetearnos el apéndice de las apariencias, quizá nos acerquemos a entender aquello que Nikos Kazantzakis no legó en su “Buda”: “No puedo cambiar el rumbo de los ríos, no puedo desviar el transcurso de los vientos... Pero lo que sí puedo es cambiar la mente que los percibe”.

raelart@hotmail.com

 

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