PSICOLOGÍA INFANTIL

Al lomo de un caballo

Por: Laura Beltrán Padilla*
jueves, 7 de octubre de 2021 · 00:00

El crecer entre pastizales, arado y ganado, desarrolla una sensibilidad muy particular en los niños. En ocasiones, se crece muy confiado o, por el contrario, un tanto amedrentado, todo depende del escenario en donde se haya desenvuelto ese pequeño ser.

Qué bonito es la intrepidez del subir y el andar a caballo. Muchos pequeños gozan de esta práctica en su ambiente natural y otros lo tienen que perseguir, por vivir en la ciudad. Cuando se crece familiarizado con lo ecuestre, se aprende otro idioma, a interpretar el movimiento de las orejas, la mirada y la cola; si el equino está alerta o relajado.

Lo que sí, la confianza no se gana de inmediato, el tono de voz y el tipo de acercamiento permitirán la conexión, si un pequeño lo logra, será todo un éxito. Y ahora sí, a disfrutar de lindos paseos e inclusive de grandes cabalgatas.

El convivir con la naturaleza enriquece, enseña a descifrar el sonido del viento, de los árboles y animales que se tienen cerca. Cada uno de ellos posee recursos propios y otorgan una energía muy especial. Es un regalo divino el poder estar en la quietud, escuchar los grillos y el ver las estrellas.

Esto se reconoce, aun más, cuando hay cierta paz interior y cuando se está menos inquieto. El gozar de estas maravillas se tiene que perseguir, y más aun, cuando se anda sobre la silla de un cuaco herrado, que está adiestrado y se deja conducir. Es ahí cuando la práctica se torna terapéutica, cuando cuerpo, mente y corazón se sintonizan.

Se me viene a la mente una película extraordinaria en donde la naturaleza se confabuló en un momento dado para el bien de dos. Filme basado en la novela infantil homónima de Walter Farley, dirigida por Carroll Ballard y producida por Francis Ford Coppola

.


“El corcel negro”, un éxito en los años 70s, cuyos personajes centrales son un niño y un caballo negro azabache, árabe y salvaje. En momentos de soledad, estos seres extraordinarios lograron una conexión entrañable.

No cabe duda, el estar sobre el lomo de un caballo no es cosa sencilla, sobre todo si se trata de un equino rebelde y brioso. Tienes que ganarte su respeto, conectarte con los sentidos antes de la monta, si no, puede ser contraproducente y agraviante. El caballo tiene instinto, si no se siente seguro, reacciona, se revela y corcovea a más no poder. Así es la naturaleza de su ser.

Recuerdo en mi infancia tardía, estar en un rancho familiar. Había un caballo fuerte, de pelaje negro, llamado el “Rebelde” por mi papá. El nombre le iba bien, era hijo de una yegua de carreras, ya se han de imaginar. Me subí en él y al ir por la vereda, mi caballo interpretó: carrera, se siguió a todo galope por un largo camino, se me desbocó.

Me aferre a su crin y a mi vida, así como de película. Rodé sobre lo alto de una colina, creo que perdí la conciencia por décimas de segundo, recuerdo sufrir dolor intenso en mi cuerpo por varios días, pero no pasó a mayores. Lo bueno es que vivo para contarlo, pero sí que nos dimos un buen susto. Tardé un tiempo, eso sí, en volver a tomar confianza y seguir en mis andanzas.

Al final, cuando tú decides el ritmo de ir tranquilo, a trote o galope, se torna mejor, pero cuando algo te saca de balance, debes saber el cómo responder y tomar las riendas de nuevo en el trayecto de la vida. Para los pequeños es todo un aprendizaje, al menos, para mí lo fue.

*Posgrado en psicoterapia de niños

laurabelpad@gmail.com

 

...

Comentarios