ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

Crónicas fronterizas: La muerte de Narciso Rivas

Por: Jaime Vélez Storey*
jueves, 18 de noviembre de 2021 · 01:08

Una tarde de otoño de 1902, a mediados de septiembre, en el pueblo fronterizo de Nogales, Arizona, un muchacho de aspecto mexicano cruzó caminando la línea internacional desde Nogales, Sonora, hacia Nogales, Arizona, con una pequeña caja de cartón bajo el brazo. Ensimismado, al pasar frente al edificio de la aduana estadounidense no advirtió los gritos y ademanes del inspector en turno, el oficial Charles Hollingshca, quien en voz alta le ordenaba que se detuviera.

Nunca se enteró el joven caminante que aquella distracción le costaría la vida, pues al no responder el oficial desenfundó su pistola y disparó al aire… “con tan mala suerte” –declaró más tarde– que el muchacho cayó muerto con un balazo en la cabeza.

En los días que siguieron al incidente, la investigación del caso reveló que la víctima era un humilde lugareño llamado Narciso Rivas, oriundo de una pequeña ranchería llamada “Nogalitos”, a una milla de distancia de Nogales, en Arizona.

Que el muchacho era muy conocido por todos los vecinos del lugar, pues a diario recorría aquellos parajes, de casa en casa, para ganarse la vida como buhonero y leñero. Además, según confirmaron familiares y amigos, Narciso Rivas era completamente sordo. En la caja de cartón llevaba sus pequeñas baratijas: botones, agujas, hilos, listones, etcétera.

Al terminar los resultados de la investigación, las autoridades del lugar tipificaron el homicidio como un delito “sin intención criminal”, por lo que el oficial Hollingshca fue absuelto de todo cargo y no pisó la cárcel.

No obstante, el periódico La Libertad, de Guaymas, Sonora, al informar sobre el incidente acusó al cónsul de México en Nogales, Manuel Mascareñas, de ineptitud con respecto al esclarecimiento de los hechos y, sobre todo, con respecto al castigo del criminal.

En respuesta a las acusaciones, el 9 de octubre de 1902, Mascareñas se dirigió a la Secretaría de Relaciones Exteriores para informar que las versiones de la prensa eran inexactas y “malévolas”, pues en sentido estricto Narciso Rivas no era mexicano, y su muerte –escribió– había sido el resultado de la “mala suerte”, combinada con la saña criminal del oficial de aduana. **En algo tenía razón el cónsul: el oficial de aduanas había asesinado a un ciudadano de los Estados Unidos de América.

En los hechos, el asesinato de Narciso Rivas era la parte visible de una herencia de fricciones transfronterizas asociadas a conflictos interétnicos que formaron parte de la vida cotidiana de los habitantes de la frontera México-Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX.

Era uno más de los incidentes violentos que al paso de los años resultarían proverbiales respecto de la tensión internacional y los conflictos políticos a los que se vería sometida la frontera durante los albores del siglo veinte.

Conflictos en los que la migración laboral a gran escala actuaría como su gran catalizador, ya que, determinada por el atractivo de mejores ingresos salariales, por los sueños de “aventura” y por la competencia laboral, la incipiente, constante e incontenible migración de mano de obra determinó que la convivencia entre anglos y mexicanos se tornara en un ambiente de animadversión, competencia, recelo, desconfianza mutua y agresiones.

**Secretaría de Relaciones Exteriores, Acervo Histórico Diplomático (en lo sucesivo SRE/AHD), Manuel Mascareñas a la SRE, 9 de octubre de 1902, expediente 15-8-136.

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*Director del Centro INAH-BC
 

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