CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Una muy personal “Historia del Arte”

Por: Rael Salvador
viernes, 19 de noviembre de 2021 · 00:15

Creía no saber nada de él.

Tomaba un libro, lo dejaba; atacaba el siguiente, pasaba unas hojas, me entretenía con la sinopsis –que la más de las veces son una obra de arte, por las bien meditadas mentiras que ahí se promocionan–, “perreaba” la mirada al horizonte, me deshacía del plástico como podía –esa especie de preservativo barato– y lo volvía a depositar en el estante.

Así andaba, un poco por aquí, un tanto por allá, dando tumbos por la librería; distraído como soy, la vista tropieza en un libro que, en su color y tamaño, pretendía pasar por insignificante: su luz modesta, amarilla, hacía de la estampa blanquiazul en la portada una referencia de la cerámica Delft, imitación de la porcelana china.

Engarcé el libro, leí el nombre del autor: un perfecto desconocido, del cual no tenía más datos que la imagen de su rostro, bondadosamente ario, degustando y hablando de las virtudes del vino en algún programa de corte cultural emitido por RTVE (Radiotelevisión española).

Era el “Libro de réquiems”, de Mauricio Wiesenthal. Nos enamoramos.

A partir de ciertas palabras –abrí la edición de Edhasa en la página 147– surgió de inmediato algo especial: el capítulo dedicado al escritor griego Niko Kazantzakis, y eso nos hermanaba, nos acercaba…

Permanecí parado, leyendo, asombrado, como bebiendo sangre. Venía de revolcarme con “Informe al Greco”, las memorias de Kazantzakis, y había salido de esa maravilla –como cuando renací– en estado de gracia: ¡Iluminado!

Confirmé, en esas largas horas de placer –libro en mano, vista la cielo–, que no sólo se nace del vientre de la madre, sino también cuando se toma conciencia.

Y, entre más leía, crecía el entusiasmo: “Cuando el Sol se pone, los viejos magos de la India recorren las aldeas tocando flauta: es la Melodía del Tigre, que cura las heridas de la jornada.

“Yo era niño cuando, un verano, caminando de la mano de mi padre, conocí a Niko Kazantzakis, el poeta griego. El Sol humeaba sobre las colinas de Antibes, y las sombras largas dibujaban siniestras figuras de guerreros griegos entre cipreses, siluetas de barcos cóncavos en las escolleras. Desde aquel día pensé que un buen poeta debía caminar siempre, como el ciego Homero, rodeado de muertos”.

Así se afianzó lo nuestro: apreciando un estilo, sopesando nuestra alma en el entramado de los sentimientos y compartiendo la tumba de un hombre que arde en la noche porque su nombre es también una llama.

–Maestro –le dije un día–, he visto que, cuando hablas, una llama sale de tus labios.

–No es fuego –me respondió–: es la Palabra.
“Desde aquel día, también amé la Palabra. He visto luego cómo la muerte se alejaba de mi corazón, vencida por una palabra. ¡Si la gente conociera el poder de una palabra! Los intelectuales y los charlatanes no profanarían ese fuego”.

Las páginas dedicadas Kazantzakis todavía arden en mi memoria, para que, en su visitación, Mauricio Wiesenthal de paso a autores y artistas entrañables: Dostoievski, Rilke, Coco Chanel, Sweig, Tolstói, Calderón de la Barca, Casanova, Mozart, Beethoven, Chopin, Manuel de Falla, Velázquez, Nietzsche, Wagner, Óscar Wilde, Marx, Pío Baroja, Camus, Saint-Exúpery…

Toda una constelación de creadores bajo el signo del Partenón.

A partir del hallazgo del “Libro de réquiems” (de casi 700 páginas), he sostenido un agradable romance con el conocimiento, el cual persiste hasta la fecha, porque también lo alimenta “El esnobismo de las golondrinas” (1150 páginas), compendio que parece ser la continuación del anterior y, dado el grado de exquisitez, una muy personal “Historia del Arte”.

raelart@hotmail.com

 

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