DÍA DEL SEÑOR

XXXII Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo “B” (Mc 12, 38-44)

“Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos’’. Por Carlos Poma Henostroza
sábado, 6 de noviembre de 2021 · 00:38

En el Evangelio de este domingo,

 
Jesús se puso a observar a la gente que echaba limosnas en el Templo. El Señor mide la generosidad no porque lo que se dé sea mucho o poco, sino por cuánto significa lo que se da. La limosna a los ojos de Dios tiene un valor relativo: de cuánto nos estamos desprendiendo y con qué confianza la entregamos.

La limosna implica darse uno mismo. Y para darse uno mismo, habrá renuncia o privación de algo que necesitamos. Ojala que nuestra caridad no sea pura filantropía; que nuestra limosna no provenga de nuestra abundancia.

Permítanme amigos transmitirles una anécdota. En una ocasión llego un hombre andrajoso a la parroquia, de mal aspecto, barba y pelo largo sucio, horripilante no solo por su aspecto físico sino también por el mal olor que desprendía, tambaleando él por la debilidad, posiblemente no había comido varios días, pero si estaba lleno de droga y alcohol; al verme extendió la mano como esperando una limosna generosa de mi parte.

Con su mirada desesperada me dice: ¡padre ayúdeme!, yo lo miro con cierto recelo, tratando de no respirar para no sentir su olor nauseabundo, que desprendía al hablar y al caminar, posiblemente se orinaba en su misma ropa puesta.

Yo, sacerdote de Cristo me quedo perplejo observando y pensando que decirle, si darle una moneda para deshacerme de él o decirle al sacristán que lleve a ese hombre a otra parte porque daba mal aspecto en la parroquia.

Lo miro una vez más y decido romper todos mis prejuicios y le digo: ¿quieres que te ayude? Me responde: Si padre, en ese momento doy adiós a la desconfianza, me acerco a él y lo abraso mientras le digo al oído “No tengo oro ni plata pero lo que tengo te doy” haciendo referencia a Hechos 3, 1-26.

Lo lleve abrazado al templo y frente al sagrario le impuse las manos pidiendo al Todopoderoso su sanación y él, abandonado en su miseria, desprendiéndose de su despojo, rompe en llanto y deja que la gracia de Dios lo invada en todo su ser.

La siguiente parte fue más fácil y decisiva, le hice una segunda pregunta: ¿Quieres sanarte totalmente? ¿Quieres que te lleve a un centro de rehabilitación? Y me responde nuevamente: ¡Si padre!

Mientras lo llevaba le pedía a Dios que lo ayudara mucho; llegando al centro de rehabilitación, me dicen que costaría muy caro por el grado de intoxicación que traía este hombre. Nuevamente utilizo otra frase de la Sagrada Escritura, “Solo tengo 500 pesos pero les prometo pagar toda su deuda la siguiente semana” Aceptaron mi ofrecimiento. Me despedí con un abrazo nuevamente de aquel hombre y en mi regreso a la parroquia, insistía más aun para que Dios lo sanara de su enfermedad.

Regreso al centro de rehabilitación la semana siguiente como les había prometido y preguntando ansiosamente por el avance de la persona que había llevado, y mi sorpresa fue agradable cuando me dicen que no era necesario mucho medicamento que con lo que les había dejado era suficiente ya que este hombre estaba poniendo mucho de su parte.

Pasaron varios meses y una mañana mientras salía del confesionario, se acerco a mí un hombre de aspecto pulcro, bien rasurado y perfumado, ojos verdes, ropa impecable; y me dice: padre, ¿Se acuerda de mi?, lo miro bien y le digo que no, y eso que tengo una facilidad para reconocer un rostro por ser muy fisonomista, nuevamente le digo, que no me acordaba de él, y en eso me dice: “Yo soy el mismo hombre que una vez vine a pedirle ayuda, y que usted me brindo, solamente vine para darle las gracias a Dios y a usted, y para decirle que cuente con mis oraciones para siempre”, no lo podía creer, casi sollozando regrese nuevamente al sagrario para agradecerle al Señor por ese gran milagro. Nunca más lo volví a ver.

La caridad no se mide por el dinero, se mide por el amor que uno está dispuesto a dar.

Que el amor de Cristo los bendiga hoy, acompañe y proteja siempre.

cpomah@yahoo.com

 

 

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