CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Merry Chrímenes

Por: Rael Salvador
viernes, 10 de diciembre de 2021 · 01:16

Le veo caer y, milésimas de segundo después, lamentar la intervención en el charco de tu propia sangre…

Retrocedo el video de la cámara de seguridad y, una tras otra, las puñaladas vienen de nuevo y de nuevo le veo caer y lamentarse desde el suelo: los ojos dolidos, impotente ya, jodido y doblegado por dos desolladores, de los que jamás sabrá sus nombres, sin tener siquiera la certeza de que pagarán algún día por el crimen que acaban de asestar y del cual ha sido el protagonista menos importante, ese que muere y deja la película.

¿Valía la pena enfrentar a los asaltantes? ¿Envalentonarse y ofrecer el pecho a las cuchilladas de muerte? ¿Dar la cara por la chica? ¿Defender el negocio con la camiseta puesta como escudo? ¿Darle un valor superior al dinero y a la mercadería que éste simula comprar? ¿Defender la dignidad de joven, de empleado, de hombre, de qué sé yo, con la propia vida?

¿Por qué la mezquindad, cuando se pudo elegir la generosidad?

Lo único que respondería, si hay algo que descaradamente tenga que agregar, serían respuestas morales, románticas, sin buen final, de esas que hacen las misas largas, entierran héroes y terminan por levantan estatuas.

En Ensenada, las olas de violencia se dejan sentir como las olas de calor. No es verdad, también la insania navideña del frío nos obsequia sus crímenes en una serie de regalos rojos, por no hablar de las otras estaciones de asalto o lo estacionario del delito.

¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? Bueno, no me lo debería de cuestionar, ya que existe el Departamento de Seguridad Pública (con sus filiales estatales y federales) y sus procesos de concientización, resguardo y contención –aunadas a las que ahora parecen valer humo, espuma, nada: la familia, la escuela, el templo, el cuartel–, que consisten principalmente en brindarle protección y tranquilidad a la comunidad.

Si la violencia se ha desbocado, es seguro alguien no está haciendo adecuadamente su trabajo, y las esquilas de esa disfuncionalidad están pegando en el pecho de nuestra gente, en el secuestro y asesinato de menores, en la vulnerabilidad de la tercera edad y sus cajerazos y escopetazos (hace apenas unos meses el nieto jaló es gatillo ante la “cartera” de su abuelo), y, sobre todo, en los crímenes a mujeres, a los que se le niega, además de la vida, la dignidad, clausurándoles la categoría judicial de feminicidio (el deleznable odio a la mujer).

¿Qué diablos estamos haciendo de manera equívoca? La respuesta no es difícil, es una de esas que van por la acera contoneándose sin dificultad, anunciándonos “campaña”, susurrándonos al oído qué pesadilla deseamos elegir: la certidumbre de haber fracaso o la orgullosa tristeza de seguir adelante, cuesten las vidas que cuesten, si bien sabemos, como aseguró Hegel, que la historia marcha por el lado malo.

Porque la esperanza de vida se desintegra por el capricho de un destino obstinado en contra de la juventud y su natural desenfreno, cifrado en la gallardía insensata que llena la Nota Roja, y porque nosotros –padres, mentores, líderes de opinión, curas parlanchines, etcétera–, guías obtusos por antonomasia, indicamos un camino a seguir, un sendero a transitar, la más de las veces sin posibilidades de éxito (del inglés “exit”, salida, que se entiende con el eufemismo de “callejón irremediable”), para que así pueda pagarle, a partir del sometimiento al trabajo mal remunerado –cuando se tiene, porque la universidad se colgó inconclusa o sin campo laboral–, las películas de terror a la novia que imaginada, costearse la cerveza infame o elevar la bandera de la independencia depresiva en un cuartucho caro (si alcanza para ello).

Para las autoridades, la violencia extrema se repite como una broma de mal gusto: nadie da la cara, nadie alza la mano, nadie mueve un pie, nadie hace algo… ¿Porque nadie es nadie y eso los absuelve?

Todo crimen nos hace cómplices de sus asesinos. Al fallarle al “muerto”, hemos fallado como sociedad.

raelart@hotmail.com

 

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