DÍA DEL SEÑOR

IV Domingo de Adviento. Ciclo C. (Lc 1, 39-45)

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” Por: Carlos Poma Henostroza
sábado, 18 de diciembre de 2021 · 00:10

Estamos terminando el Adviento y ya está por llegar la Navidad. Hoy cuarto domingo, estamos concluyendo un tiempo de gracia para entrar en otro: la celebración del nacimiento del Divino Niño Jesús. Nos queda un poquito tiempo más para prepararnos antes de su llegada en especial al pesebre de nuestro corazón.

María visita a su prima embarazada, los pobres se echan una mano entre los familiares, porque no pueden permitirse el lujo de tener criados. Los pobres y sencillos saben percibir la grandeza de los gestos más pequeños.

Isabel descubre inmediatamente que su prima María lleva en su seno a alguien que es más importante. Esa prima es ahora la Madre del Señor.

La visita de María a Isabel pone de relieve el gran amor de María que, ya encinta, emprende un largo camino para ayudar a su prima, que está ya en los meses finales de la espera de un hijo. Pero el gran regalo que María hace a Isabel es la presencia de Dios en su seno, presencia reconocida inmediatamente por Juan y por su madre.

La visita de María a Isabel es la primera acción que nos narra el evangelista Lucas tras la Anunciación, tras su hágase. María lleva en sus entrañas al Hijo de Dios y el primer gesto es servir a los demás, servir a aquellos que más la necesitan. La grandeza de María está en servir a los demás. No espera que otros la sirvan o la manden, pese a que lleva en sus entrañas al Hijo de Dios.

Cuando María saluda a Isabel, salta de gozo el hijo que lleva en sus entrañas. Esta es la lectura de fe que hace Isabel, y llena del Espíritu Santo, bendice a María, la llama bendita, porque ha tenido la valentía de aceptar los planes del Señor sobre ella.

María e Isabel son mujeres llenas del Espíritu Santo, las dos muestran su fe. Isabel reconoce en su prima María que Dios la ha visitado, la llama Bendita entre todas las mujeres (Lc 1,42) y reconoce que lo que lleva en sus entrañas también es de Dios: bendito el fruto de tu vientre (Lc 2,42). Por medio de María, Dios visita a Isabel llevando en su seno al Hijo de Dios y en ella visita a su pueblo y a nosotros.

La Palabra de Dios también tiene fuerza creadora en nosotros para realizar todo aquello que nos dice. La actitud que nos pide no es encerrarnos, sino salir de nuestras casas, estar atentos a las necesidades de los hermanos y tratar de ayudarlos en lo que esté de nuestra parte, reconocer la presencia de Dios en el otro, en el que está frente a mí o en una necesidad.

Dios está en todo hombre y está en nosotros mismos. Nuestro cuerpo es sagrario, es el pesebre donde Dios vive, y por la fe nos pide que vayamos presurosos a servir a todo el que nos necesite, que compartamos nuestra experiencia de fe con los demás.

Sólo desde la fe podemos acceder a Dios y aceptar su mensaje, y sólo desde la fe es posible aceptar las consecuencias que el nacimiento de Dios debe tener en nuestra vida. Sólo desde la fe podremos aceptar que Dios es un Dios cercano, nosotros tenemos que ser cercanos a los que viven junto a nosotros.

Si Dios es un Dios sencillo y humilde, nosotros debemos ser sencillos y humildes. Si Dios es Dios misericordioso, nosotros también debemos ser misericordioso con los que nos rodean. También a nosotros creyentes se nos llamará dichosos por haber creído, por la confianza, y por el servicio.

Por nuestra fe nos convertimos en discípulos. Ser discípulo implica servir, ponerse a disposición de la Palabra. María es llamada bienaventurada por ser creyente. La fe la da la Palabra y el servicio.

Imitemos a María, la Madre de Jesús, que hoy se nos presenta como la portadora de Jesús, la que lleva a su prima lo mejor que tiene, al Hijo de Dios.

Que Jesús Niño, los bendiga hoy, acompañe y proteja siempre.

cpomah@yahoo.com

 

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