CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Semillas bajo la nieve

Por: Rael Salvador
viernes, 3 de diciembre de 2021 · 00:03

Vendrá el tiempo, lección circular de vida, en que el deshielo dé paso a la primavera y de nuevo florezcan las palabras, esas semillas que fueron sembradas en la hoja en blanco, entre el frío transparente de sus cuatro paredes, cubo de hielo que contiene la idea ante el arribo del fuego nuevo.

Muchas veces las circunstancias obligan a ello, a resguardar la esperanza, el honor y la lealtad a uno mismo –defendiendo lo que se hace, resultado de lo que se piensa–, ante vastos escenarios de oprobio y esterilidad, como hoy los castillos de paja se levantan para dar cabida al clan selecto, a la mafia afín, a la tribu bifronte… en un orden que evidencia el deshonor de lo parcial y alimenta el granero con las huestes de la cabezonería más enana.

En esta estación temprana, acusada de nubarrones administrativos, sólo se ve aletear el inmoralismo de una manto apolillado, comodidad abierta a los pulgones de toda índole. Si tomamos a la servidumbre como maestra de la Cultura, tengamos la convicción que, cuando la borrasca de paso a la luz –y la precisión sea una herramienta al uso, no sólo la medida del interés–, el día de mañana nos interrogaremos: ¿Quién es la paja y quién el trigo?

Y quien tenga el oído fino, no le será difícil escuchar que la “respuesta está flotando en el viento”.*

La complacencia en desfigurar una cartografía, la cual se estrecha en lo inabarcable de lo injusto –a partir de un mapita inexportable, que sólo ofrece su apretada solemnidad de pigmeo–, ¿a qué mezquindad lleva? Por eso las ínfulas de totalitario trae al escritorio la zapatilla de la Cenicienta, territorio donde la política es igual de bufa que la comedia Estatal.

Jactancias: la “justicia” sin reciprocidad, donde las equivalencias entre pobreza y descaro, riqueza y benevolencia, genitalidad y economía, neurosis y seducción, imbecilidad y fuerza, generan –sin ser sorpresa para nadie– la comprensión de un cáncer capital devorándose a sí mismo: el cálculo interesado mediando juicios exclusivos, excluyentes…

Y, como perros, la denostación, el ninguneo, la anulación, el agravio, sus más fieles argumentos de casa.

Incluir, fuera de todos los privilegios acomodaticios, es invitar al otro a construir no sólo una “mundo mejor”, sino superar esa tradicional mentalidad “clientelar y politiquera”, y llamar a las filas de esta lucha –por décadas postergada–, a las mentes más preclaras (dotados éstas siempre de la habilidad necesaria y no sólo de la sosa disposición), y, sobre todo, a los que han demostrado con hechos que, desde hace tiempo, les viene preocupando la Cultura y tienen algo importante que aportar.

Borges, a partir de su ingenio, nos recuerda cosas que, al cuestionarnos todo tipo de infamias, siempre quedan como lección universal: “Yo estoy orgulloso de pertenecer a la banda de escritores que nunca ganaron el Nobel, por ejemplo Shakespeare…”. Y uno puede alegarle al Maestro, respetuosamente, que en tiempos del “Cisne de Avon” el Premio Nobel de Literatura todavía no existía. Y, valiéndole madre, él dirá: “Eso es anecdótico, porque la verdad es que Shakespeare no lo ganó y Dante tampoco lo ganó… ¡Yo pertenezco a esa gente!”.

Y quien tenga ojos para ver, no le será difícil observar lotos entre el estiércol.

Lo que se lee no son palabras de sastre, hechas a la medida de guiños abreviados –intermitencia de señales embravecidas–, que intentan disimular las sombras, cuando la caída de la tarde las alarga cada vez más hacia la noche más oscura.

Si atentan contra la estabilidad del lenguaje, sacrificando parte del sentido, hay que reconocer que la subjetividad aún me pertenece.

Si la política se degradó a la solemnidad de la “misericordia”, que la Cultura no se permita ser la expresión decisiva de la servidumbre, imitando el cinismo de la “Libertad de expresión”.

Resguardemos unas cuantas valiosas semillas bajo la nieve.

*Bob Dylan.

raelart@hotmail.com

 

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