A MEDIA SEMANA

El silencio de los inocentes

Por: Eugenio Reyes Guzmán*
jueves, 30 de diciembre de 2021 · 00:46

Como consecuencia de las restricciones de viaje imputables al COVID-19 hubo en 2020 una disminución de hasta un 50% de migrantes hacia Canadá. Por ello, en 2021 el gobierno de Trudeau emitió una nueva carta de mandato, promoviendo un incremento sustantivo del número de migrantes legales admitidos.

Cuando el promedio de los últimos 5 años había sido 300,000, para el 2021 le darán la bienvenida a 401,000, 411,000 en 2022 y 421,000 para 2023. Basado en esos números, uno pensaría que los canadienses son muy hospitalarios y caritativos con los migrantes.

Creo que en términos generales pudiera ser un argumento válido, pero la razón subyacente es el envejecimiento de la población y la baja tasa de natalidad.

Con datos del Banco Mundial, Canadá tenía en 2019 una tasa de fertilidad de 1.468, muy por debajo de la tasa de reemplazo, 2.100, para mantener su población. La tasa de fertilidad es una variable demográfica que indica el promedio de hijos que nacerán por mujer en edad reproductiva. Esto indica que, conforme vayan muriendo los adultos mayores, al no haber suficientes bebés, su población inexorablemente irá disminuyendo.

De hecho, en ese mismo año, el 86% del crecimiento poblacional canadiense fue imputable a la inmigración, no les quedó de otra. Así es, de no ser por los migrantes, el decrecimiento poblacional canadiense y su consecuente pérdida de competitividad, serían irreversibles.

Dicha preocupante situación no es privativa de Canadá ya que EU tenía en 2019 una tasa de fertilidad de 1.705, Rusia 1.504, Portugal 1.420 y México estaba en la raya con 2.103.

La pregunta obligada sería, ¿por qué no nacen más bebés? Pues bien, la historia nos enseña que son más efectivos los incentivos fiscales para impedir el crecimiento poblacional que para incentivarlo. Por más que se esfuercen las naciones por revertir el decrecimiento poblacional, es sumamente difícil y socialmente muy complicado, convencer, motivar o estimular a las mujeres para que procreen más hijos.

Hablando de la procreación, habría que “hilar fino” y separar la concepción de los nacimientos. Parece ser que las bajas tasas de fertilidad no son solo por una menor concepción sino por la terminación del embarazo.

En Canadá, como promedio ajustado de la última década, se matan en el vientre de sus madres a cerca de 100,000 bebés por nacer. Claro, se pudiera decir que su tasa de aborto, 15.2, definida como número de bebés eliminado por cada 1,000 mujeres en edad reproductiva no es tan alto como en otros países.

Aunque es un parámetro difícil de medir ya que solo se registra un porcentaje del número real, con datos del “World Population Review”, se pudiera decir que el país más peligroso para un concebido no nato es Rusia con 53.7. Los Estados Unidos, con 1.5 millones de bebés abortados por año, tienen una tasa de 20.8, España 8.3 y Portugal 0.2.

A “plata pura”, no entiendo la lógica numérica canadiense. Quizás si ideológicamente no promovieran el aborto de sus ciudadanos, no se verían obligados a recurrir a tantos migrantes. Tal vez si no les hubiesen repetido la falaz idea de que la familia pequeña vive mejor, que somos muchos en el mundo, que los hijos son una costosa carga y que restan libertades a los padres, no estarían buscando mano de obra de otras naciones.

Hablando del aborto, con datos actualizados de worldometers.info, mientras en 2021 han muerto 5.4 millones de personas por coronavirus, el número de abortos alcanza los 42.3 millones. Los números son fríos y no nos dicen tanto hasta ser comparados.

Las inhumanas bombas atómicas acabaron con la vida de entre 90,000 y 146,000 personas y durante los seis años de la segunda guerra mundial murieron entre 70 y 85 millones de personas, de los cuales 6 millones de judíos fueron víctimas del holocausto.

Dicho de otra forma, cada año el doble de bebés son asesinados en el vientre se sus madres, las más de las veces siendo la misma madre su cruel verdugo, que el número de muertes anuales en la peor guerra que la humanidad haya conocido.

La verdad, el ser humano no solo es el mayor depredador de flora y fauna del planeta, también es el principal asesino ominoso de su misma especie, ensañándose contra los más indefensos.

Aunque se haya banalizado el día de los santos inocentes, 28 de diciembre, con bromas de mal gusto, lo que la Iglesia realmente recuerda son los miles de niños inocentes asesinados por órdenes del cruel y cobarde rey Herodes.

Espero en Dios que la humanidad recapacite y deje de asesinar, cual Herodes modernos, a tantos inocentes que no han podido alzar su voz para defenderse de las perversas ideologías.

*Director general del World Trade Center, Monterrey, UANL
 

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