CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Momentos estelares

Por Rael Salvador
viernes, 19 de febrero de 2021 · 00:00

¿Qué me llevó a tropezar con la literatura? Buena pregunta. ¿Caí en ella a causa de la soledad? ¿A partir de la suave encarnación de la ternura en la seda de una mano ajena? Quizás en el ascenso frenético de no sé qué o quién –arrastrado por la charlatanería de los personajes que me sedujeron: Marlow, Miller, Meursault…–, o escalando por frías estrías de luz hacia el corazón de las estrellas.

¿Cuál es la idea de mi felicidad? Sin duda, la idea del jardín Zen, pero intervenido. Imagínate bajo una esfera de plata, aderezada con el tráfico turquesa de las luciérnagas en la oscuridad; a lo lejos, alguien toca una flauta de bambú, y tú sentado, reposando la mirada en la tranquilidad de la arena, quizás un poco torpe por el vino que circula como elixir celestial en la tibia comodidad de tu alma...

¿Asuntos de cabeza? ¿El pensamiento como coronación del ser o el saber? Considero que el pensamiento es la virtud humana más sobrevalorada. Aquellos que no creen en esa sobrevaloración, piensan que eso es suficiente, ¡pensar!, olvidándose de lo principal: hacerlo con propiedad, propósito y, de ser posible, con beneficio, y no sólo en el brillante ajuste de lo iracundo, lo falso y lo portentoso. En lo personal, yo ya no pienso: ¡que piensen aquellos que tengan necesidad de hacerlo! Yo, ya no. Tú me preguntas y yo te contesto. ¿Para qué diablos pensar lo que ya se sabe? Quienes me leen y conocen saben lo que es para mí el pensamiento: un entretenimiento de pordioseros.

Eso me hace recordar a Nakata, el gran personaje del escritor japonés Haruki Murakami. Sí, el tierno, sincero y maravilloso subnormal que aparece en la novela de “Kafka en la orilla”. Nakata no sabe leer, pero no tiene una sola caries y nunca ha necesitado gafas. Tampoco ha ido al médico. No le duele la espalda y caga, como es debido, todas las mañanas, además de saber hablar con los gatos. ¡Maravilloso! ¿No?

¿Qué es lo más escandaloso que he hecho? Considero que traficar con alcohol en los cursis festejos de la Escuela Secundaria. Siendo maestro...

¿Mi idea de la muerte? Siempre bondadosa. La felicidad eterna y colorida me gana en ello, no lo puedo observar de otra forma... Quizá porque conozco más la experiencia y menos la idea.

¿Qué es lo que me obliga a reír, si es que alguna vez he reído? He reído, claro, como cualquiera en este mundo

–en ocasiones propicias, digo–, sobre todo al quedarme como imbécil, y eso se me da de manera natural y con una frecuencia casi escandalosa.

¿Qué es lo que me hace llorar? Los amantes que se besan, en blanco y negro, en las pantallas de las cavernas, lo que fueron los cines en mi generación, hace ya tiempo. Traen a mi memoria de lagarto que alguna vez existió el amor... si es que alguna vez existió. ¿O, en definitiva, el amor es sólo un engaño que utiliza la Naturaleza para perpetuar la especie?

No, nunca. Jamás confundí los grandes enigmas con las vagancias cósmicas, el alcohol provocativo o el hada nupcial de mis asuntos. Porque, como establece Henry Miller, «el sabio no resuelve problemas. El sabio dice: “está escrito en las estrellas”, y a continuación coge su flauta y lanza una nota desconsolada».

Mira, que te lo tengo dicho y no haces caso. Un escritor ofrece alternativas, pero quienes están obligados a ejecutarlas son aquellos que se concentran en el poder, quienes están en el lugar idóneo y tienen con qué llevarlo a cabo.

¿Sabes lo que es el poder? Sencillo: poder es sólo “poder” más que otro. ¡Y tú puedes!

raelart@hotmail.com
 

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