CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Partitura musical de invierno

Por Rael Salvador
viernes, 5 de febrero de 2021 · 00:00

Origen y vainilla

El limpio silencio que deja la lluvia es comparable al frescor de la montaña. Cuando un trino lejano rompe el hielo de la distancia, los ojos se vuelven ávidos y revelan el alto misterio del mundo.

Fruto para el invierno, un haz de leña resucita en el horizonte, y los conejos, narices de cereza, similar a la contracción de sus saltos en la nieve, se hunden en la maleza. El fuego crepita entre ladrillos, los perros me siguen y, entre islas azules en el cielo, breve archipiélago que trasluce el temporal –la caída de agua, en su mansedumbre de animal a la intemperie–, continuará hasta entrada la noche.

En este paisaje alejado de la urbe, sin absorbentes utensilios al uso de los tiempos, Origen y Vainilla, un Pastor alemán de ojos nobles y una Boyera de Berna, que ama recostarse entre los mantones indígenas, corretean, juegan, tropiezan y se alzan en abrazos de felicidad serpenteante, pues todo aquí es húmeda penetración a tierra, compitiendo con la dulzura de algunos libros…

Ascenso de los poetas
Los poetas zen, con risas de niños, celebran la nieve.

En su ascenso, por los caminos invernales, se acompañan de canastos de mimbre: hay naranjas, vegetales, mantequilla, cerezas, ramas de pino, algún viejo manual sobre el espíritu o la carpintería.

Atentos al sabor de cada palabra, el sendero del haiku cruje como el pastel recién horneado.

Un joven* detiene el paso y, mirando siempre al ojo del cielo, declama:

«Si alguien preguntara

a dónde ha ido Sokan,

decir tan sólo:

“Tenía cosas que hacer

en otro mundo”».
Con tristeza, unos a otros se miran; luego, sueltan a reír…

¡Los poetas zen, con risas de niños, celebran!
Hoy llevan alegría al lugar que vayan; mañana, la sabiduría los hará felices a dondequiera que miren.

Lámpara de tierna voz
La lectura reanima el corazón como una llama y la habitación se alumbra; entonces mi madre, lámpara de tierna voz, me hace entender que la luz es imaginación y conocimiento.

–A la niña le llamó la atención que la mesa estaba puesta...

Con su sonrisa, convoca al silencio (mi mamá se confabula en una pausa de amor y de ella nace un instante eterno donde mi mirada se besa con la suya). Luego continúa:

–Sobre el delicado mantel de encaje, había tres tazas de leche...

¡Tazas dulces y deliciosos, como la mía! Y veo a los osos venir por el sendero, caminando a paso firme: haciendo valer su peso alegre, sellando con grandes huellas en la tierra su orgullo familiar. Llegarán al hogar y, porque cada vez que se abre la puerta es sorpresa para mí, también de nuevo todo será sorpresa para ellos...

¡Es mi cuento preferido! Por eso, mamá: ¡cuéntamelo otra vez! ¡Nunca te canses de hacerlo!

Mi madre lee y rejuvenecen las sombras de la tarde. Entre los cantos dorados de los libros, las rosas en el jarrón son más rosas. Así acerca cada vez más la noche su oído y, palabra tras palabra, se vuelve mágica de estrellas.

Lo que escuché de aquellos cuentos que mi madre leía con dulzura, ahora es memoria de páginas no apagadas. Observo la llama de la tarde. Dentro de poco, después de leerle un cuento a mis hijos, el silencio reinará con más calma.

(Relato dedicado a “Ricitos de oro”, ahora que da inicio la trampa de la Educación por TV.)

*Yamazaki Sokan (Nace en Ōmi, Japón, 1465 / Y “tenía cosas que hacer en otro mundo” el año de 1540).

raelart@hotmail.com 

 

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