LA OTRA HISTORIA

¿De quién fue la idea?

Por Armando Fuentes
viernes, 9 de abril de 2021 · 01:55

El virrey don Juan Ruiz de Apodaca tenía el defecto capital de los hombres buenos: creer que todos los demás hombres son tan buenos como ellos. Nada recelaba de Iturbide; todo lo que pedía se lo daba. Que quiero mi regimiento de Celaya; ahí está tu regimiento de Celaya. Que quiero ser brigadier; hete ahí convertido en brigadier. Que quiero fusiles, cañones, dinero; ten dinero, cañones y fusiles.

Tan pródigo se mostró el virrey con Iturbide que se ha pensado que estaba de acuerdo con él para promover la independencia. No es así. Apodaca deseaba vivamente terminar la guerra de insurgencia, y dotaba de todos los medios a Iturbide para lograr tal fin. Pero Iturbide andaba ya trabajando para su santo, y lo que recibió del virrey para hacer la guerra a los rebeldes lo destinaba a su propósito final, que era la independencia.

Había fracasado el plan original de los señores de La Profesa, que eran más realistas que el rey. Pensaron ellos que “puesto que el rey no había estado libre al jurar la Constitución, no debía cumplirse la real orden que la restablecía; y entretanto, se depositaría la Nueva España en manos de Apodaca, que la debía gobernar conforme a las Leyes de Indias y con total independencia de la antigua”.

No andaban tan errados Monteagudo, Bataller, Tirado y los demás. Las Leyes de Indias eran un código meritísimo, lleno de virtudes y adecuado a México y a sus habitantes. Pero el tal Dávila, gobernador de Veracruz lo echó todo a perder cuando cedió a la presión de los comerciantes españoles del puerto, casi todos masones liberales, y juró por su cuenta la famosa Constitución.

Temiendo aparecer como rebelde ante Fernando VII, que antes la había jurado en la metrópoli, Apodaca la juró también, y el plan de La Profesa quedó nulo y sin ningún valor.

Eso puso a Iturbide en libertad de obrar. Si no podía ya sentar a Apodaca en el trono de la nueva nación que surgiría al separarse la Nueva España de la Madre Patria, podría poner a algún otro. Y quién sabe, quizá con el tiempo...

La independencia estaba ya madura, como fruto en sazón que cuelga de la rama y que cualquier vientecillo puede hacer caer. Lo único que se tenía que determinar era la manera de hacerla. Tres formas había de conseguir la independencia.

Una, la que ya estaba encaminada: que los insurgentes triunfaran sobre los realistas y vieran realizado por fin el sueño de Hidalgo y los demás. Tal cosa era difícil: los insurgentes no tenían ya los medios para vencer.

La segunda manera de conseguir la independencia mexicana sería que los realistas proclamaran la independencia. Eso daría lugar después a una lucha de facciones por el poder, que prolongaría el baño de sangre sobre México.

Iturbide concibió el tercer modo de hacer la independencia: juntos realistas e insurgentes la podrían conseguir. Si podía juntar a todos los bandos en lucha, a todos los partidos, a todas las corrientes de ideas; si lograba unir a todos los mexicanos, desde el más jacobino masón y liberal hasta el más exaltado fanático, católico medieval y furibundo absolutista, entonces haría lo que Hidalgo y sus seguidores no habían conseguido ni siquiera dando la vida a cambio: la libertad de México.

¿Fue de Iturbide esa idea? ¿Se la inspiraron los conjurados de La Profesa? ¿La Güera Rodríguez, que era partidaria de la Independencia desde antes de que el cura de Dolores diera el Grito, se la deslizó entre dos frases amorosas o después de los transportes del sensual deliquio, cuando los hombres, rendido el cuerpo, están propicios a rendir también el alma, y con ella la voluntad? No lo sabremos nunca.

En todo caso fue Iturbide quien con sagacidad supereminente y tesón admirable llevó a cabo la idea, y por eso le corresponde la plenitud de su paternidad. Con talla de auténtico político, mas aún, de verdadero estadista, Iturbide supo que sólo a través de la unión de todos los habitantes de México, insurgentes y realistas, criollos y peninsulares, y con ellos mestizos, mulatos y castas, ricos y pobres, masones y católicos, liberales y absolutistas, podría conseguirse la independencia. Y él la consiguió. Logró lo antes nunca visto y lo pocas veces visto después: la unión de todos los mexicanos. Ese es el mayor timbre de gloria de Iturbide. Esa sería también la causa de su perdición.
 

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