CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

La vid en la Covid

Por Rael Salvador
viernes, 11 de junio de 2021 · 00:00

Desde tiempos remotos, la región de Baja California abre el apetito de los exploradores.

Viajeros de la aventura han celebrado los veranos cálidos que emanan de la tierra, unidos a la música matinal de la brisa o al rocío nocturno que, después del crepúsculo, alienta la costa.

La geografía, como resulta familiar a quien lleva como eco visual el Atlas de sus primeros pasos, traza senderos que bajan al mar o circunscriben brechas que suben a la montaña, milagros que acercan al Sol de todos los tiempos o a una Luna que olea con su liviandad a los pies de la playa.

Sirio (Alfa Canis Majoris), misterio de estrellas en lo alto, constelación de uvas de licor dorado en el verdor de las parras nocturnas. Cielo y mundo silvestre, tierra adornada de vinícolas familiares, donde lo rudimentario encuentra en lo sustentable una vital aureola de hojas renacidas.

La demarcación es una corona de fertilidad.
¿Cómo no recordar –del latín “recordis”, volver a pasar por el corazón– el soneto que Jorge Luis Borges dedicó al vino? Maravilla indiscutible, plena de desnudez y arte, para el paladar del declamador: “¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa/ conjunción de los astros, en qué secreto día/ que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa/ y singular idea de inventar la alegría?/ Con otoños de oro la inventaron. El vino/ fluye rojo a lo largo de las generaciones/ como el río del tiempo y en el arduo camino/ nos prodiga su música, su fuego y sus leones./ En la noche del júbilo o en la jornada adversa/ exalta la alegría o mitiga el espanto/ y el ditirambo* nuevo que este día le canto/ otrora lo cantaron el árabe y el persa./ Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia/ como si ésta ya fuera ceniza en la memoria”.

En un paisaje semiárido, preámbulo de todo valle, la moderna autopista lleva aún por la Ruta del Vino…

Museo y comedores rústicos, en un equilibrado desorden rural, dinamizan la estampa de lo disponible.

La abundancia ofrece la fresca sensación de recursos sin agotar, siempre mantenidos por sí mismos: tonos frutales que multiplican sus líquidos en el barro o en el cristal; recetarios de vaporosos sabores pastoriles; viandas de un paraíso para lo eternamente secular…

Ahí se encuentra el olivo, el higo y la uva, piel de vivencias que se dejan sangrar en su miel como cuando llora el rubí y una lengua lo acaricia...

“Vendimia” era la estación –de julio a agosto– donde la vida cotidiana de Ensenada y sus valles transformaban en fiesta. Gallos, chivos, vacas, conejos y niños en un tornado de luz que no ponía pauta a los bebedores y comensales.

Año con año se recogen los frutos de las viñas y se destila el humor humano en un mundo donde la artesanía toma el lugar de la belleza campirana.

La alegoría de lo mundano se eleva a lo divino para poner en evidencia la felicidad terrenal.

Lo sustentable es manifiesto, se defiende la vid de la Covid y la vida se concentra, copa a copa, en su vigor, en su sustancia nutritiva, en su fertilidad siempre renovable.

raelart@hotmail.com





*Composición lírica griega dedicada a Dioniso.

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