DESDE LA PLAZA SANTO TOMÁS

Lo que sucedió mañana. 119 – junio 2027

Sé consciente de tu muerte y recibirás cada hálito de vida como un don… Faouzi Skali Por Ricardo Harte*
lunes, 21 de junio de 2021 · 00:00


Cada flor que inunda de color y fragancia el entorno de la Plaza Santo Tomás, tiene una historia que contar. Cada árbol, cada seto, cada banca son producto de toda una compleja serie de marchas y contramarchas que lograron lo que ahora resulta ser como muy natural, muy sencillo y muy necesario. Las sombras, los aromas, los murmullos que componen, entre todos, una melodía de paz y de equilibrio, existen gracias a la persistencia, comprometida con la construcción de un sano tejido social en Ensenada y sus regiones, de un grupo humano que durante años y años luchó contra la indiferencia, los intereses, las conveniencias y cegueras de ciudadanos que vieron en el proyecto de la Plaza un peligro de privatización de la propiedad pública.

El transcurso del tiempo demostró que, cuando se inauguró en el 2021, fue uno de los actos más lúcidos que la autoridad pública y la ciudadanía había ejecutado.

Hoy en día la Plaza se ha convertido en un espacio de uso libre y soberano de la comunidad ensenadense y sus visitantes. Un lugar obligado para descansar, conversar, disfrutar, conocer…vivir.

Hoy en día, siete años después de su inauguración, es imposible recordar ese espacio sin sombras, sin color, sin bancas, atravesado por vehículos ruidosos, invadido por la histeria urbana.

Hoy en día, con un mundo enfrentado a nuevos e insospechados desafíos, la Plaza Santo Tomás sigue siendo un lugar en que se magnifica, respeta y enaltece a un protagonista esencial en el ámbito de la vida del planeta: el ser humano y su comunidad.

Es muy disfrutable llegar, en la mañana temprano.
Todavía se mantiene en el ambiente el fresco de la madrugada, esa temperatura inexplicable, transparente, que nos llena de placer y, sin darnos cuenta, nos puede calar hasta los huesos poniéndonos a tiritar sin previo aviso.

Las sombras son todavía largas, en sentido contrario a las sombras del atardecer del día anterior, provocadas por los históricos edificios y por los Mezquites, los Ficus, el Roble, varios Paraísos, todos esos personajes enhiestos, firmes, frondosos que habían crecido en estos siete años de inaugurada la Plaza, hasta alcanzar alturas que marcaban en la ciudad un área muy verde, esplendorosamente verde.

Se oyen los trajinares casi rítmicos de los trabajadores que van habilitando sus espacios.

Un ruido lindo, pausado, como si la Plaza empezara a desperezarse.

El grupo habitual estaba ya reunido disfrutando cada quién de la compañía, del buen vino, de la brisa y de la música de la Plaza.

Se disfrutaba la vida.
Don Sebas, celebrando el día del padre, propuso un relato

- Órale D. Sebas, éntrele. Al fin que nada la cuesta entusiasmarse y entusiasmarnos con sus relatos de vida.- exclamó Mercedes.

- Pues sí. Ahí les voy, entonces. Mi padre, Michael, originario de los rumbos de Cork al sur de Irlanda y cuna de los revolucionarios que lograron la independencia de la genocida corona británica, llegó al Rio de la Plata como Ingeniero en la señalética ferroviaria. Se instaló, años después, en la provincia de Uruguay, en una localidad que era un centro ferrocarrilero importante. Dirigió esa región durante varios años, hasta que un infortunado incidente lo hizo cambiar de existencia a los 56 años de edad. Recuerdo, a mis 10 años, con nitidez sus últimas horas, su velatorio en el comedor de mi casa natal y su entierro en hombros de la gente del pueblo que cubrió su ataúd de flores de magnolia. Estaba yo sentado en el tronco de un eucaliptus en el jardín, con mi tia Maureen, y su ataúd pasó lentamente al lado nuestro, sin apuro, cargado por varios de los obreros del ferrocarril. Quedaron grabadas en mi memoria las lágrimas de señores que los recuerdo como rudos trabajadores de las vías férreas. Al club de bochas (petanca), que inauguraron meses después, le pusieron como nombre “Mr. Michael”.

Mi padre se convirtió en una especie de figura mítica. Muchos años después, visité la cabaña de quien había sido su asistente en sus recorridos por la red férrea. Lo conocíamos como el Coco. Ya muy anciano, me hizo pasar a la recámara para mostrarme una foto de mi padre colocada sobre una repisa y rodeada de dos veladoras. Su esposa me comentó que todos los días le rezaba a mi padre, para que no se olvidara de ellos, ya que él estaba ahora viviendo de otra forma, junto al Señor.

Mi padre (Daddy), sigue siendo un referente en la familia.

- Pues qué belleza de hombre- musitó quedamente Mercedes- Debió haber vivido muchos años más. Parece ser que los mejores se van rápido.

- Pues no sé si los mejores se van más rápido, o no. Pero lo que sí sé, es que dejan vacíos que no se llenan jamás.

La Plaza ya atardecía, las sombras eran más largas. Los amigos brindaron y se prepararon para el final del diálogo.

*Arquitecto uruguayo radicado en México hace más de 50 años

ricardoharte@yahoo.com.mx

 

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