DÍA DEL SEÑOR

XXIV Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B (Mc 8, 27-35)

“¿Quién dice la gente que soy Yo?” Por: Carlos Poma Henostroza
sábado, 11 de septiembre de 2021 · 00:00

El evangelio de hoy nos relata la dolorosa experiencia de Jesús quien, al regresar a su pueblo después de sus primeras misiones apostólicas, encuentra el rechazo directo de sus mismos paisanos. Nazaret, como todas las poblaciones judías, tenía una pequeña sinagoga donde los habitantes se reunían para rezar, leer y comentar las Escrituras el día sábado, cuando Jesús decide preguntarles quién dice la gente que es Él.

Las respuestas sobre lo que dice la gente son evidentemente equivocadas. Pero al precisarlos un poco más, preguntándoles quién creen ellos que es, la respuesta impulsiva de Pedro no se hace esperar: “Tú eres el Mesías”. Es decir, ellos sabían que era el esperado por el pueblo de Israel para salvarlo, y Pedro lo confiesa así.

El problema estaba en el concepto que tenía el pueblo de Israel con respecto al Mesías. Y los apóstoles no escapaban a esa idea. Ellos esperaban un Mesías libertador y vencedor desde el punto de vista temporal, que los libraría del dominio romano y establecería un reino, mediante el triunfo y el poder.

Pareciera como si los Apóstoles y, junto con ellos, el pueblo judío no hubiera puesto mucha atención a las clarísimas profecías de Isaías sobre el Mesías, como el Siervo sufriente de Yahvé. Por eso Jesús tiene que corregirlos de inmediato.

Cuando Pedro, pensando en ese Mesías triunfador, llama a Jesús aparte para tratar de disuadirlo de lo que acababa de anunciarles como un hecho, la respuesta del Señor resulta impresionante. Enseguida que Pedro lo reconoce como el Mesías, Jesús “se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día”.

Por la severa respuesta de Jesús, resulta evidente que, para sus seguidores, rechazar el sufrimiento no es una opción. Todo intento de rechazo de la cruz y del sufrimiento, todo intento de buscarnos un cristianismo sin cruz y sufrimiento, es una tentación y, como vemos, no va de acuerdo con lo que Jesús continúa diciéndonos en este pasaje evangélico.

Dice el texto que, luego de reprender a Pedro, se dirigió entonces a la multitud y también a los discípulos, para explicar un poco más el sentido del sufrimiento: el suyo y el nuestro.

Seguir a Cristo es seguirlo también en la cruz, en la cruz de cada día. Los que quieran ser discípulos de Jesús han de recorrer el mismo camino. Hay que “cargar con la cruz” y “perder la vida” por Jesús y por el evangelio, para encontrar la Vida verdadera. ¿Y cómo se hace esto? Siguiendo el mismo estilo de vida de Jesús, siendo feliz, haciendo felices a los que están a su alrededor, aquel que pierde la vida dándola, amando a los demás, desprendiéndose de lo suyo hasta dar la vida, como Jesús.

El cristiano no puede vivir cerrado en sí mismo, preocupado únicamente por realizar sus sueños personales, sus proyectos de riqueza, de seguridad, de bienestar, de dominio, de éxito, de triunfo. El cristiano debe hacer de su vida un don generoso a Dios y a los hermanos. Sólo así podrá ser discípulo de Jesús y formar parte de la comunidad del Reino.

La identidad cristiana se construye alrededor de Jesús y de su propuesta de vida. Ser cristiano es mucho más que ser bautizado, estar casado por la iglesia, organizar la fiesta del santo patrono de la parroquia o de su pueblo, o llevarse bien con el párroco.

Ser cristiano es, esencialmente, seguir a Jesús por el camino del amor y de la donación de la vida. El cristiano es aquel que hace de Jesús la referencia fundamental alrededor de la cual construye toda su existencia; y es aquel que renuncia a sí mismo y que toma la misma cruz de Jesús.

Que Jesucristo, nuestro Señor, los bendiga hoy, proteja y acompañe siempre.

cpomah@yahoo.com

 

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