LA TURICATA

Luis Buñuel parte dos

Por: José Carrillo Cedillo
viernes, 17 de septiembre de 2021 · 00:00

Mi operación de apendicitis, resultó muy bien, una de las enfermeras que me atendía me preguntó la noche anterior la dirección de mi casa y por la mañana le pidió al chofer de la primera ambulancia que salió, darse una pasadita para avisar a mis padres que seguramente estarían angustiados de que no llegué en la noche.

Obviamente no teníamos teléfono y los celulares aparecieron, más o menos, treinta  años después de lo que cuento, de tal modo que éste aviso se agrega a lo que siempre he sostenido, algunas enfermeras son verdaderos ángeles y Laurita era una de ellas; lo que permitió que mis padres, un tío, mi hermano, y dos primas llegaron a visitarme, desde luego por turnos.

Una vez que quedaron todos enterados de mi suceso y mi situación y una vez convencidos, sobre todo mi madre, de que yo estaba bien y en buenas manos, una vez que les presenté a Laurita, güerita y rubicunda, de fácil sonrisa y que una vez que se retiraron las visitas me avisó que me iba a bañar; ¿sobre la cama? le pregunté sorprendido… ¡claro! me respondió e inició lo dicho, yo, boca arriba y cuando llegó a la zona pajaril, me preguntó te voy a asear tu pene ¿o prefieres hacerlo tú? contesté: si piensas que me da pena, para nada, prefiero que lo hagas tú.

Quiero creer que fue un placer para los dos, al menos así lo interpreté cuando terminó de asearme, lo cual es a todas luces ridículo, ella lo hacia todos los días, bañaba a muchos enfermos y también a  mujeres…

Ya que estás presentable, me dijo: ¡a comer! Y me trajeron mi comida, la que engullí como un náufrago; a los postres se acercó a mi cama un joven paciente (lo deduje por su bata igual a la mía), quien sonriente se presentó diciendo que me había observado desde mi llegada y según él, le había caído bien, pues he visto a tu familia y te envidio pues yo soy huérfano de padres y no tengo ningún contacto con mi desconocida familia.

Desde luego se me apachurró mi corazón al escucharlo y le dije que en mí tenía un amigo y agradeciendo me dijo: me llamo Siboney… nombre que me pareció raro, pero no comenté nada; desde luego me hizo preguntas hasta saciar su curiosidad y pasaron varias horas contándome su vida, sucede que en un tiempo había sido boxeador y con ello se ganaba la vida, pero ya no tenía peleas y estaba muy bruja, al grado de que al salir del hospital no tenía ni a donde ir, pues lo habían corrido de la pensión por falta de pago.

Esa noche me dormí cavilando y pensé hablar con mi padre para ofrecer albergue a mi nuevo amigo. Así lo hice al otro día y vi claramente la cara de reparo de mi papá, sin embargo, me dijo: está bien, lo que tú quieras, contento se lo comuniqué a Siboney y cuando salimos días después dados de alta, nos encaminamos a mi casa donde rápidamente le preparé una cama y llegó la hora de la cena y después a dormir todos.

Para entonces, él había tenido oportunidad de conocer toda la casa, que no era muy grande, y nos acostamos.

Al despertar yo muy temprano, me dirigí a la cama del invitado…y no estaba, pensé que estaría en el baño, pero toqué y no tuve respuesta y pregunté a mis padres si lo habían visto y me contestaron que no.

Ante esto mi padre se dirigió a su taller y revisando faltaba mucha herramienta y después nos percatamos de que no estaba el radio ni otros enseres de la casa con un supuesto valor…

Otra vez mi corazón apenado, se apachurró, pero ahora por darme cuenta de que soy un pendejo (dijo Mark Twain: si en la foto tienes cara de idiota, no abras la boca para disipar la duda).

Y escribiendo este relato tanto tiempo después, vino a mi memoria la estupenda película Viridiana, dirigida por el genial Luis Buñuel, no soy de los que cuentan las películas, si ya la vio estará de acuerdo conmigo, si no, le sugiero respetuosamente que vea esta joya del cine nacional; con ello, cerrará el ciclo de mi relato.

jcarrillocedillo@hotmail.com

 

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