DÍA DEL SEÑOR

XXV Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B (Mc 9, 30-37)

“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” Por: Carlos Poma Henostroza
sábado, 18 de septiembre de 2021 · 00:00


En el Evangelio de hoy, Jesús va camino de Jerusalén y aprovecha varios momentos del viaje para instruir a sus discípulos, que su camino no es un camino de gloria, éxito y poder.

Los discípulos no quieren pensar en la crucifixión, no entra en sus planes ni en sus expectativas. Es más, mientras el maestro les hablaba de su Pasión, discutían entre sí: ¿Quién de ellos era el más importante? ¿Quién ocupará el puesto más elevado? ¿Quién recibirá más honores?

Jesús muy pacientemente los instruye y los invita a que se acerquen. Y aquí les enseña las actitudes fundamentales para seguirlo de verdad. “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos”. Esta es una enseñanza difícil de entender. Hoy día, casi todos quieren ser los primeros. ¿Cómo se puede aceptar que hay que ser el último?

Jesús la explica con un gesto simbólico entrañable. Pone a un niño en medio de los Doce, lo abraza y les dice: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí”. Quien acoge a un “pequeño”, a los débiles, a los más necesitados de defensa y cuidado está acogiendo al más “grande”, a Jesús. Y quien acoge a Jesús está acogiendo al Padre que lo ha enviado.

Jesús pone como ejemplo a un niño. El niño representaba el nivel más bajo en la escala social, encontrándose entre una mujer y un esclavo. No tenía derechos. Jesús se ha hecho tan solidario, que se identifica especialmente con los más necesitados, representados aquí, emblemáticamente, por los niños.

¿Por qué un niño? Porque es alegre, activo, juguetón, ama mucho, depende de todos. Un niño no tiene prejuicios ni ambiciones ni estatus social ni puede pagar el bien que le hacen. Depende totalmente de los demás y ama sin condiciones. Y así es Dios, amor sin condiciones para todos.

Hacerse como niño es hacerse sencillo, sin malicia, sin poder. Jesús utiliza al niño que tenía delante en ese momento para explicar a sus seguidores las condiciones que debe llenar quien quiere entrar y formar parte del Reino de Dios. Jesús no pide a sus seguidores hacerse infantiles, sino volverse como niños en las características que Jesús quiere para los miembros de su comunidad.

En el mundo de Jesús, el niño es el último, sin derechos, un don nadie, como los mendigos o los impuros. Jesús no acoge a los niños porque son agradables o inocentes, sino porque son los últimos. Y hacerse como niños no es ser simples e ingenuos sino considerarse último, no darse importancia, no actuar desde el poder.

Cuando llegamos del trabajo, un tanto decepcionados, también nos pregunta Jesús. ¿De qué habéis discutido? Y, en algunas ocasiones, reconocemos que nos duele que nuestro esfuerzo no sea reconocido o valorado. El hecho de que, otros, con mucho menos sean más considerados.

También a nosotros, cuando ejercemos ciertas responsabilidades sociales, políticas o incluso religiosas, el Señor nos cuestiona: ¿Qué pretendes? ¿Servir o servirte? Y, al contestar, nos damos cuenta que en algunas ocasiones utilizamos nuestra posición con un afán de apariencia, de trepar a costa del que sea y de lo que sea.

Cuando realizamos algunas tareas (humanas, apostólicas, caritativas, etc.) el Señor nos interpela: ¿Y por qué lo haces? Y, al responderle, lo podemos llegar hacer hasta ruborizados: nos gusta que nos señalen como buenos; que aplaudan nuestras pequeñas proezas o simplemente, eso, el sentirnos imprescindibles o importantes.

Jesús aplaude a todos aquellos que, más que discutir sobre títulos o reconocimientos, se dedican en el camino a buscar a quienes hacer felices o, simplemente, levantar el ánimo. El observa nuestra entrega interesada y nos invita a convertirnos hacia un servicio más nítido. Sin llevar cuentas de lo que se hace o de lo que se da.

Que el amor de Cristo los bendiga hoy, proteja y acompañe siempre.

cpomah@yahoo.com

 

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