DESDE LA BANQUETA

Los piratas del Caribe

Por: Sergio Garín
lunes, 20 de septiembre de 2021 · 00:00

Que el XVI es el Siglo de Oro de España es la verdad, pero no es toda la verdad. El XVI es de oro no sólo para España sino para Inglaterra, para Francia. Es el siglo de Cervantes, de Shakespeare, de Ravelais.

Las letras no tuvieron antes, en los tres reinos, esplendor parecido. Ni tampoco los reyes; Carlos V y Felipe II, Isabel de Inglaterra, Francisco I son en sus cortes reyes de oro, con que la historia se viste de nuevo. De 1500 hacia atrás, los hombres se mueven en pequeños solares, están en un corral, navegan en lagos. De 1500 hacia delante surgen continentes y mares océanos. Es como el paso del tercero al cuarto día, en el primer capítulo del Génesis.

Todo este drama se vivió, tanto o más que en ningún otro sitio del planeta, en el Mar Caribe. Allí ocurrió el descubrimiento, se inició la conquista, se formó la academia de los aventureros. No hubo peón ni caballero, paje ni rey, poeta ni fraile que no tuvieran algo de aventureros. Lo fueron Colón y Vespucci, Cortés y Pizarro, Drake y Hawkins, Carlos V y la reina Isabel, Cervantes y Shakespeare, Las Casas e Ignacio de Loyola. Todo parece una epopeya. Todo una novela picaresca. En la cárcel estuvieron lo mismo Isabel cuando iba a ser reina de Inglaterra, que Francisco siendo rey de Francia, y Cervantes y Colón. Cuanto hombre o mujer grande hubo en Europa, se vinculó a la aventura central del mar Caribe. Descubrimiento, conquista, pillaje se hicieron con reyes al fondo.

Colón habla a nombre de los católicos; Balboa toma posesión del Pacífico y Cortés de México, con el estandarte del emperador Carlos V; Hawkins y Drake asaltan los puertos del Caribe con escudo de la reina Isabel; el pirata Juan Florentín aparece como socio del rey Francisco de Francia.

En el Caribe empieza la lucha entre Inglaterra y España. El día en que el virrey de México vuelve astillas las naves de los contrabandistas ingleses en el puerto de San Juan deUlúa marca un cambio de rumbo en la política europea.

La historia del Caribe en el XVI hay que verla como un campo de batalla donde se juegan, con los dados de los piratas, las coronas de los reyes de Europa. Ahí se gradúan de almirantes los marinos ingleses. La lucha de los reyes empezó a la manera medieval. Todo, pleitos de familias.

Nápoles parecía una pelota que se tiraban de mano a mano los reyes de España y Francia. Portugal, unas veces tenía su propio rey, otras el de Castilla. Flandes lo mismo. En Carlos V se confundieron las coronas de España y Alemania.

Por debajo corrían las fuerzas subterráneas; las empresas del pueblo, el despertar de los burgueses. Con ellas nacían los estados modernos. La iniciativa fue privilegio de esta savia anónima en España, en Francia, en Inglaterra.

Villanos, campesinos, pescadores, bandidos, mercaderes, estudiantes, hicieron la conquista, armaron los barcos piratas, empujaron a los reyes y los envolvieron en guerras inesperadas. A la gente del común, la vemos lo mismo sacando la América del fondo del mar que haciendo guerras pintadas de acero, carmín y esmeralda.

El pueblo tenía odios, amores, prejuicios, supersticiones, en una palabra: tenía su fe. Como siempre, se podían ver en él la visión del pasado y la visión del futuro; la tradición y la esperanza; la historia y la aventura.

España tenía su Iglesia propia. No sé por qué no se hablaba de la Iglesia católica, apostólica, española, como se habla de la Iglesia romana, griega, rusa, o de Inglaterra. Cada una ha tenido colores propios tan subidos, que cualquiera puede reconocerlas en el mundo.

El XVI es el siglo de Lutero y Calvino, y en el XVI España organiza las milicias de su Iglesia con san Ignacio de Loyola, levanta las murallas espirituales de sus conventos con santa Teresa, rehace las defensas del dogma con Cisneros, afirma su fe vistiendo a Carlos V de fraile y quemando herejes —luteranos, hugonotes, judíos— en las hogueras donde Torquemada arrima leña seca con pálido fervor. En las aguas del Caribe, Drake no es un inglés ni un pirata: es un luterano. Y para Drake, los gobernadores de Cartagena o Santo Domingo no son representantes del rey de España sino algo peor: del Papa, el enemigo de la Iglesia de Inglaterra.

Rabelais planea los viajes fantásticos de Pantagruel, quizás el más estupendo de sus libros, estimulado por los viajes del pirata Juan Florentín. Cervantes meditaba a un mismo tiempo en escribir el Quijote, o en venirse al Caribe: a Cartagena, a Guatemala, al Nuevo Reino de Granada; refugio, según él mismo, de pícaros y ladrones.

Shakespeare llevó a sus dramas imágenes tomadas de los viajes de Raleigh por la Guayana. Lope de Vega compuso La Dragontea sobre la vida de Francis Drake o el Dragón. Quien dibuje el mapa literario del Caribe, encontrará en él todos los nombres de los poetas, los novelistas, los dramaturgos, como si hubiera sido un sueño para ellos armar su república de las letras donde tenían sus tiendas los bucaneros o encendían los bandidos sus fogatas.
 

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