CONVERSEMOS

¿Quién sabe…?

Por: Ricardo Harte*
viernes, 24 de septiembre de 2021 · 00:00

Es muy fuerte la tentación de escribir sobre los muchos eventos escandalosos que hoy acontecen en el planeta: Afganistán y el “despiadado régimen Talibán, vs. la “generosa” y “desinteresada” invasión que las grandes potencias (Inglaterra, Rusia, EU) han actuado desde hace décadas en el territorio afgano; el tsunami retórico (casi a nivel de histeria) que hoy se está desarrollando en torno al negocio de la enfermedad (perdón: debí decir “la organización de la salud”).

El avance terrorífico del comunismo, principal responsable del hambre, de la desocupación, de la concentración brutal del ingreso, frente a las carencias más elementales de la mayoría abrumadora de los seres humanos; el planeta está al borde del abismo, según las palabras de Antonio Guterres, Secretario General de la ONU. Se podrían señalar muchos temas que hacen muy difícil ver el vaso medio lleno.

Como decía, es muy tentador poner el ventilador en la llaga y explayarse a lo ancho y a lo alto en las penurias, barbaridades y estupideces que la raza humana está hoy realizando.

Ojalá esta crisis sanitaria haga que nos detengamos y ubiquemos al enemigo de los seres humanos y nos permita recapacitar y rebobinar nuestros intereses, nuestras prioridades.

Si, es muy tentador, porque hay mucha materia sobre el tema de la estupidez humana.

Pero también hay materia sobre la grandeza humana.
También hay historias de bondad, de generosidad, de valentía, de heroísmos callados, anónimos.

También hay gente silenciosa que lucha día a día. Gente que no hace cálculos de cuánto va a ganar o a perder si ayuda al otro. Gente buena. Gente que no se confunde y que no hipoteca sus principios básicos de vida para tener un margen mayor de ganancia monetaria.

Alejandra es enfermera de un centro hospitalario del IMSS. Todas las madrugadas (acaba de recibirse y está, por lo tanto, en los primeros escalafones de su profesión) recorre caminando la distancia de la esquina en donde la deja su esposo, hasta llegar al hospital. Debe pasar por debajo de un puente del elevado del metro.

En esa muy fresca madrugada, oscuro todavía, le pareció adivinar un bulto pequeño acurrucado contra una de las columnas. Creyó ver que el bulto se movía ligeramente. Con curiosidad se acercó y el bulto se desenrolló y dejó ver la cara manchada de una niña de grandes ojos negros y una cabellera oscura, descuidada, maltrecha.

Se acercó con precaución, pues la niña amagó huir.
Alejandra le habló suavemente, intentando calmarla para poder averiguar qué estaba pasando.

Así, poco a poco, continuó acercándose y logró entender que la niña había sido expulsada de su casa, que no lograba que alguien la ayudara, que llevaba varios días deambulando y que tenía mucho frío y hambre.

Logró acercarse más, la tomó de una mano y la invitó a que la acompañara a su trabajo, en donde le podría dar alimentos y abrigo.

En el trayecto se enteró que se llamaba Inés y que tenía 13 años. Ya en el hospital y después de comer y de sentirse abrigada, Inés le relató, en medio de llanto convulso, que estaba embarazada de su padrastro y que la madre, cuando ella intentó contarle la violación, la insultó, le pegó y la arrastró hasta la banqueta y le gritó que nunca más pisara su casa, pues estaba acusando a un buen hombre de un crimen que seguramente había sido cometido por alguno de sus amigotes. Inés deambuló por instituciones, organizaciones, familiares y nadie quiso ayudarla.

Hoy, quince años después, Inés, que vive con la familia de Alejandra, terminó la carrera técnica como estilista y su hijo Andrés terminó la secundaría y se perfila como un excelente candidato para una carrera de ciencias naturales. Le encantan los insectos y las plantas.

Una historia real, verdadera.
¿Quién sabe? A lo mejor las Alejandras, las Inés y los Andrés del mundo logren salvarnos de los Putin, de los Biden y de los Bezos.

*Arquitecto uruguayo radicado en México desde hace más de 50 años

ricardoharte@yahoo.com.mx

 

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