LA TURICATA

Adolescencia

Por: José Carrillo Cedillo
sábado, 4 de septiembre de 2021 · 00:00

Aunque usted no lo crea, nunca he visto un capítulo completo de la famosa serie de TV: LOS SIMPSONS, si acaso en una ocasión recorriendo los canales me encontré uno de sus programas donde a rasgos generales resumiré ese episodio: sucede que Bart, se enamora perdidamente de una de sus vecinitas, por lo que la espía y sueña con ella por las noches; cuando Bart encuentra la oportunidad de hablar con ella, llega el novio de la chica y ésta da muestras muy claras de su alegría de que llegara a visitarla, el corazón de Bart que latía como un tambor siux, se rompe sonoramente y se ve la imagen de  cómo se va desinflando como un globo.

Esto viene a cuento por lo que narraré a continuación: tendría yo unos 16 años y trabajaba y estudiaba (diré que tuve los más disímbolos trabajos, pero de eso hablaré en otra ocasión), en un taller de artesanías, laboraba como asistente del dueño, vamos, de secretario “b”, de tal modo que pudiese ayudar en el taller en la producción de artesanías de cobre, me encargaba también de entregarlas en diferentes comercios repartidos por toda la ciudad pero la mayoría se ubicaban en lo que hoy se conoce como LA ZONA ROSA de la Ciudad de México y desde luego viajaba con la mercancía en camión de pasajeros con la cantidad de anécdotas que de esto podría contarles.

Desde luego que cuando no había entregas se me ordenaba ayudar en la producción, lo cual consistía el llevar yo el cobre a una compañía laminadora que lo pasa por una máquina que lo va adelgazando, cada pasada hasta el calibre que el cliente solicita, desde luego, no recuerdo que calibre era, lo que sí recuerdo es que ya en el taller junto con otros jóvenes calábamos el cobre con motivos de flores y se colocaban sobre vasos cocteleros y se soldaban, lo cual también aprendí, y desde luego este trabajo resultaba atractivo para las personas que tienen su propia cantina en sus casas.

Agustín era el dueño, un señor treintañero que era divorciado y que con el paso del tiempo (quizá por ser el más chico del taller), me fui convirtiendo en su confidente. También trabajaba como secretaria del negocio, una bella jovencita llamada Rosario, de unos 22 años, que me saltaba el corazón nada más de verla y no se diga cuando por alguna razón la “sentía” cerca de mí, pues su largo pelo dorado que anudaba con coquetas mascadas y en forma de cola de caballo, que le olía a nardos en flor y su risa era una melódica cascada musical.

Total yo me acercaba a su escritorio con las más idiotas ocurrencias sólo por escuchar su voz; creo que no necesito agregar que yo estaba perdidamente “enamorado’’ y procuraba llegar por la mañana antes que ella solo para sentir la caricia de su saludo dirigido solo a mí.

Un día que Rosario pidió permiso de faltar, por la tarde se fueron retirando los demás trabajadores y Agustín se sentó junto a mí y me dijo: que crees Chino, estoy en un verdadero predicamento, pensé equivocadamente que era asunto de dinero, cuando me dijo: se trata de Rosario… mi corazón empezó a dar tumbos como si fuera el son de Pepe Arévalo y sus mulatos, presintiendo lo peor, y acerté.

Quiere que nos vayamos a otro estado y ni siquiera me pide casamiento solo juntados, ya me dio un adelanto… lo más seguro es que voy a aceptar su oferta… mi corazón se fue desinflando como Globo de Cantoya y creo que palidecí y busqué un pretexto para despedirme… y ya no regrese al otro día al trabajo.

Arrebatos de un corazón seriamente herido… (Con canción de los Panchos como fondo musical).

jcarrillocedillo@hotmail.com

 

...

Comentarios