DESDE LA BANQUETA

Un camarada incómodo

Por: Sergio Garín Olache
lunes, 6 de septiembre de 2021 · 00:00

Era un sábado. Fue un viaje clandestino, primero en avión, después en lancha navegaron por el lago hasta llegar a la isla Macarrón, la mayor del archipiélago en donde estaba establecida esa comunidad que querían visitar, evadieron las lanchas patrullas, pasaron de lejos el control militar del puerto de San Carlos, un poblado en la confluencia del río San Juan con el lago. Nunca se enteró Anastasio Somoza de aquella visita de Julio Cortázar a Nicaragua, en perpetuo estado de sitio. Eran los años de conspiraciones, se conocía ese rumor subterráneo de rebeldía que empezaba a crecer desde lo hondo del país, cansado ya de una dictadura dinástica de medio siglo, una rebeldía juvenil que tres años después barrería con esa dictadura y pondría en marcha una revolución, la última revolución triunfante del siglo XX en América Latina.

Al día siguiente de su arribo, un sacerdote de nombre Ernesto celebró su misa dominical a la que acudían en botes los campesinos de todo el archipiélago. Era una misa dialogada. Después de la lectura del evangelio se pasaba a abrir un diálogo entre todos los asistentes para comentarlo.

Ese domingo tocaba el prendimiento de Jesús en el huerto (Mateo 26, 36-56). La conversación en la que Julio Cortázar y algunos otros escritores, intelectuales y campesinos participaban; está transcrita en unas memorias que reúne el registro de los diálogos de todas las demás misas, a lo largo de varios años. El texto de hoy está tomado de allí.

Quienes tomaron la palabra esa mañana eran en su mayor parte muchachos que luego se hicieron guerrilleros, y casi todos cayeron en la lucha. Las construcciones de la comunidad, aun la iglesia, fueron más tarde incendiadas y arrasadas por el ejército de Somoza.

Cuando el sacerdote Ernesto lee el pasaje de las treinta monedas que recibe Judas por entregar a Jesús, Cortázar comenta: “El evangelista estaría usando una metáfora; como nosotros también la usamos cuando alguien se vende al enemigo, y decimos que se vendió por treinta monedas”.

Luego de que doña Olivia, una campesina, dice que el dinero es la sangre de los pobres; Ernesto agrega que Somoza es dueño de una compañía llamada Plasmaferesis S. A., que compra la sangre a los menesterosos para vender luego el plasma en el extranjero, y que a la compañía le quedan varios millones de ganancia cada año. “De ganancia líquida -comenta Cortázar desde su banca- es un negocio vampiresco”.

Después viene el pasaje en que Pedro desenvaina su espada y corta la oreja a uno de los sicarios, y Jesús le dice que quienes pelean con la espada, morirán por la espada. Un mandamiento que resulta comprometido, incómodo pero, profético para cualquier guerrillero en tiempos en que se gesta la rebelión contra Somoza.

Julio dice entonces que Jesús ha elegido un método de lucha que es su propia muerte. No quiere que otros se interpongan impidiéndole convertir su muerte en un símbolo. Óscar Castillo opina que no tenía objeto pelear porque estaban de todos modos perdidos.

Entonces dice Cortázar: “Sí, yo estoy de acuerdo con lo que dice Óscar, que fue una decisión táctica que había que tomar en ese momento para que sobrevivieran los discípulos, si no, los hubieran matado a todos. Si los discípulos no hubieran huido, hoy día no existiría esto”, y al decir “esto” recorre con la mirada la humilde iglesia rural de bancas y paredes desnudas, piso de tierra y techo de teja.

A continuación lee Ernesto: “¿No sabes que podría pedirle a mi Padre, y Él me enviaría ahora mismo más de doce legiones de ángeles? Pero en ese caso, ¿cómo se cumplirían las escrituras que dicen que tiene que suceder así?”.

Y Cortázar: “Es un pasaje muy, muy oscuro, que habría que analizar en relación con el resto del evangelio. Pero es evidente que toda su vida Jesús va cumpliendo una tras otra las profecías que se han hecho de él; digamos que él es fiel a las profecías, a un plan preconcebido; entonces no puede dejar de cumplir la última, que es su muerte. Sería un contrasentido de su parte pedir que vengan doce divisiones de ángeles, no lo puede hacer, no quiere hacerlo”. Cortázar denuncia no nada más la represión brutal de las dictaduras militares, sino que, y he aquí lo singular, denuncia el asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton, ejecutado en la clandestinidad por los sandinistas, sus propios compañeros de armas tras un juicio sumario, acusado de ser agente de la CIA.

Me parece que éste es un punto crucial en lo que se refiere a la conducta de Julio Cortázar frente a los nuevos movimientos revolucionarios en Centroamérica. Comienza a ser una conducta de antemano crítica, y no está dispuesto a dejar pasar desapercibido un crimen que muchos años más tarde pretendió justificarse como un “error de juicio”.

Las utopías revolucionarias reglamentadas se vuelven siempre pesadillas. Un viaje, a veces rápido, desde los sueños a los malos sueños, y de allí a los pésimos sueños. Como ejemplo Cuba, Venezuela y la siempre dulce violenta Nicaragua.

Bueno, realmente aquí comienza lo bueno de la narración pero, el aguafiestas de mi editor Hugo Toscano dice que es todo por hoy.
 

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