A MEDIA SEMANA

Dilapidando los dones

Por: Eugenio Reyes Guzmán*
jueves, 9 de septiembre de 2021 · 00:00

Recuerdo haber visto una foto de un joven africano colocando una palangana detrás de una vaca justo cuando orinaba. Las sequías en África son en ocasiones tan prolongadas que se agota el agua de los ríos y pozos, dejando como única opción para obtener el vital líquido hervir los meados de las vacas y los propios.

Yo me pregunto si esos jóvenes del continente negro volteen a ver a las personas que derrochan en su opulencia y reclamen por su desdicha, o quizás agradezcan la oportunidad de un día más con vida.

La cruda realidad de algunas naciones del continente negro nos interpela e invita a abrir los sentidos. Quizás en orden de prelación habría que ser agradecidos por lo que tenemos y acto seguido, hacer lo humanamente posible por ayudar económica, moral y espiritualmente al prójimo. A veces me pregunto cuán difícil debe ser gestionar y tener empatía para lo colectivo, cuando la fuente de los valores individuales se toma de las redes sociales.

En fin, volviendo a África, concurro en que pudiera ser técnicamente distante para muchos de nosotros, pero hay suficiente miseria a nuestro derredor, misma que ignoramos y pasamos de largo cerrando los ojos para no intranquilizarnos.

Hablando de prójimos indigentes, con frecuencia me detengo a ofrecerle una gota de ayuda económica a Don Hilario. El octogenario vende paletas frente a una gasolinera, apenas puede caminar, pasa todo el día esperando a sus marchantes y con pingüe dificultad, empuja diariamente su carrito de regreso a casa al caer la tarde.

El tema es que toda vez que lo saludo, agradecido me dice “vaya bendito de Dios” y cuando estoy acompañado por mi hijo Rodrigo, a él le encarga que cuide de mí. Sin duda lo mínimo para uno pudiera ser muchísimo para otros.

Solo Dios sabe cómo haya sido en sus años mozos la vida de ese anciano, si migró de otro estado o un país distante o si tuvo oportunidades, si las hizo rendir o las dilapidó. Empero, a pesar de todas sus actuales cuitas, él agradece cada insignificante gesto solidario con una sonrisa hermosa y una bendición.

De no ser por la aporofobia de los moradores de países anfitriones, otros prójimos que pasarían totalmente desapercibidos, son los desamparados migrantes. Me imagino que una de las últimas opciones en la vida de las personas será tener que dejar absolutamente todo, hasta sus seres amados, para huir del peligro o salir en búsqueda de una vida digna.

La semana pasada nombraron a la ciudad fronteriza de Matamoros como la “Pequeña Haití” por los más de 2,000 haitianos hacinados que esperan una excepción de parte del presidente Biden a la estricta política de deportación del expresidente Trump llamada “Título 42”.

Lo cierto es que hay miles de haitianos más dispuestos a arriesgar sus vidas en la travesía por México saliendo desde Tapachula con la esperanza de entrar a EU como refugiados.

Con datos del Reporte Mundial de Migración de Naciones Unidas, en 2020 hubo 281 millones de migrantes, 3.6% de la población mundial. La tragedia del COVID-19 sumada a desastres naturales, terrorismo como el de Afganistán y desgracias ideológicas como el socialismo del siglo XXI, provocarán que la migración continúe a la alza.

La imperante realidad pone de manifiesto que los humanos debemos poner en segundo plano nuestro comportamiento egoísta e irracional para priorizar el bien de la comunidad.

Tocante a ello, creo humildemente que un elemento para tener mayor empatía para con Don Hilario, los famélicos africanos y los millones de migrantes, será el ser consciente y congruentemente agradecidos.

Sin duda solo quien carga el bulto sabe lo que pesa, al menos desde su percepción, pero a plata pura, hay que dar gracias por estar del lado de quienes podemos dar y no del flanco de quienes se ven obligados a mendigar caridad. A la postre, todos quienes vivimos en sociedad dependemos unos de otros.

En ocasiones creemos que con solo decir “gracias” hemos pagado, saldado o recompensado el favor. El agradecimiento sincero no puede acotarse a una frugal y efímera palabra, es justo, necesario y nuestro deber repagar con obras y acciones.

Naturalmente, cada quien, desde su trinchera, pero comúnmente los seres humanos damos por descontada la salud, el amor, la inteligencia, casa, comida, sustento, los sentidos, los dones, la fe y la vida misma.

En mi modesta opinión, creo que si fuésemos conscientes de todo lo que hemos recibido gratuitamente y tomáramos como obligación grave agradecer con obras, no dilapidaríamos los dones y seríamos orgánicamente más solidarios y caritativos con nuestro prójimo, incluyendo los pobres de espíritu.

*Economista y director general del World Trade Center, Monterrey, UANL
 

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